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vamoscayendo

Hace frío

Hace frío

De las nubaredas negras-las moradas de los cuervos- como decía, caen lentos copos de nieve.
Veo tu perfil en los cerros ahora blancos. Tus pechos-cerros, tus ojos-cerros, tu pezón de piedra
helada.

K

K

POdría detenerme y dejar pasar todos los minutos. Un rato para mirarte.
Y quedarme absorto sin siquiera rozar tus labiecitos esos de muñequita de porcelana.
(dame un beso y córtame los labios).
Ahora marco las rayitas en la pared. Una tras otra.
Bajar de la micro, subir al metro, marcar el teléfono que no se sociega nunca,
el bicho tuyo ese. Podrían durar más los días, y los fines de semana largos
bueno, ser más largos. Maldito calendario gregoriano.

Entonces me doy cuenta que yo también soy una foto. Y quiero
volver atrás la maquinita de contar los días.

Y acero

Y acero

¿El empate?

137

Te cedo el triunfo.
Un tiro de esquina que
se hizo gol antojadizo.

138

Primer tempo. Perdí por
goleada. Mi arquero no vio
una y yo grité a la orilla
de la cancha hasta que me expulsaron.

139

En el segundo, empatamos
en la media hora de partido.
Se adelantó la línea defensiva,
algo peligroso, pero bastante
útil cuando ya no se tiene nada que perder.

140

Y vino ese maldito tiro de esquina
En el último minuto de partido.
¿Y los descuentos?

141

Maldito árbitro comprado.
Ángulo imposible. Viento en contra.
Y metes el gol. No hay partido de vuelta.
Te cedo el triunfo.

142

Creo que nunca más juego a la pelota contigo, negra.

La barra hizo mierda el estadio.

Ballenas

Ballenas

32

Y pensando que este recipiente indigno placebo monstruoso de las monstruosidades mismas salió borroso. Corrida la foto, digamos.

33

Y además que estamos varados como ballenas en las costas patagónicas, masivamente sin que nadie descifre el por qué. Quizás, como ballenas cansadas de filtrar el escaso krill o de deambular arrancadas de los arpones asesinos, o por que el aburrimiento de esa gigantesca existencia las empuje al callejón sin salida de la evolución y las obligue al suicidio.

34

De repente, este es un lóbrego intento desesperado de disculpas, antojadizas y levemente culpables. ¿Disculpa?, ¿Culpabilidad?. Ah!, los malditos remordimientos remordales que vienen a atacarnos cuando la luz se va diluyendo en la densa penumbra de ese cetáceo aburrimiento o cuando los infiernos bajan de categoría y se transforman en puros signos de interrogación.

35

Mi perrita, no se me complique tanto con un capítulo que debería estar ya revisado y corregido, con sus respectivas notas al pie de página, autografiadas por dios o por el diablo, dadas las circunstancias particulares.

36

En este preciso instante, me cuesta precisar los absolutos precisamientos para no precisarte en este instante tan terriblemente preciso, pero para no precisarte me es preciso precisar tu imprecisable miradita de nostalgia imprecisa.

37

¿Para qué abordamos el último barco que deberá, indudablemente, naufragar?, y cuando se nos acaben todos los lápices, cuando todos los teléfonos estén cortados, cuando la luz se apague definitivamente, y el paraíso se llene de pobres diablos, cuando la sed nos corroya lentamente como ácido de baterías.

38

Cuando varen todas las ballenas en todas las costas del planeta. Cuando no me veas, cuando yo no te vea. Cuando las reencarnaciones sean una burla y la vida persecula perseculorum un insulto.

39

Cuando estemos tan solos que ni la muerte querrá venirnos a buscar, cuando se agoten los principios y los finales se hagan esta sopa de letras, amarga como el ajenjo.

- Qué sacarás de tu sombrerito de sorpresas-

40

Pero tendrás una cajita con fotos viejas para capear el aburrimiento de la eterna espera a no sé dónde. Cada uno en su polo, con su propio astrolabio, con su propio norte magnético.

41

Cada uno en su andén, esperando el Metro tren que nunca llegará al sur de chile. Las naves espaciales evacuando el planeta, pequeñas manchitas multicolores surcando un cielo anaranjado por el óxido. Y las ballenas cantando a coro la desaparición del hombre en las profundidades del mar antártico.

Todas las Vocales

Todas las Vocales

27

Podríamos no creernos. Podríamos descreernos. Juntar todas las Vocales. Todas las conjunciones y ahogarnos en toda esa palabrería hasta que no quede ninguna palabra en pie.

28

Ningún símbolo equívoco, y nos miremos en el silencio soberano de las imágenes.
¿o no?

29

Entonces entreguémonos a la praxis pura de los besos y abrazos y la teoría la dejamos para el desayuno.

Sería absolutamente justo.

30

Que las esperas no sean esperas. Que las separaciones sean sólo eso. Que los descubrimientos sean la directriz.

31

¿Encontrarnos?

Seguramente, en algún callejón sin salida.

Pero tengo una cuchara.

Memo 24

Memo 24

La situación de la no (tachado) actualidad (ilegible) se (tachado) reduce (ilegible) a la problemática registrada últimamente, producto del deterioro(ilegible) manifestado (tachado) en ciertos personajes (ilegible) de la cuántica(ilegible) economía (tachado) global (ilegible) del espíritu. Si el Ciudadano promedio, defeca de uno a dos Kg de(ilegible) remordimientos (ilegible) económicos, se podría calcular, que a ese ritmo de crecimiento, en un plazo de 350 años, la franja de tierra, que al norte linda con Perú, y al Sur, con el Polo Sur, desaparecerá irremediablemente bajo una costra de excrementos de grosor hasta ahora imprecisable. Debido a esto, que nuestro eficiente ministerio de vivienda y urbanismo, ha estimulado la construcción de nuevas edificaciones de hacinamiento público (DFL 767), que se proyectan como una viable solución al problema de la supra-defecación de los habitantes de la república; ya que estos edificios se emplazarán por sobre los 8000 Mt snm, con un espacio promedio de 1,5 mt cuadrados por cada 1.87 habitantes, lo que a su vez, aplacaría la necesidad del habitante común, de estar más cerca de dios.

Nuestro ministerio de salud (ilegible)espiritual y físico, proveerá, a través de los servicios de salud pública, del oxígeno suficiente, para la feliz interacción del ciudadano en aquel medio agreste(tachado), que como bien sabemos, carece bastante de oxígeno. Asimismo (ilegible)dicho ministerio, abastecerá a los afiliados a los sistemas previsionales convencionales, de los narcóticos suficientes para soportar aquella(ilegible) monstruosa(ilegible) altura, cambios de presión y mareos respectivos, provocados por el vértigo. Estos poderosos narcóticos, ya han sido con éxito estrepitoso probados en muestras poblacionales de sectores (tachado)periféricos y marginales de las regiones de Rancagua, Coquimbo y Villa Alemana. A su vez, han sido aprobados por la Sociedad Internacional para la Narcotización Masiva (S.I.N.M), que también experimentó exitosamente con una vacuna, que aplicada al lóbulo occipital derecho, reduce el riesgo de suicidio por angustia y depresión, provocadas por el enclaustramiento(ilegible) progresivo. La sustancia narcótica, recomendada por nuestro ministerio y aprobada por el S.I.N.M, actúa (ilegible) inmejorablemente sobre el sistema nervioso central, produciendo un estado catatónico permanente, que eleva su efecto gradualmente, a medida que la sustancia es aplicada cada vez en menores dosis, lo que reduce notoriamente el coste de producción. Este estado catatónico, se caracteriza por presentar más de mil quinientos síntomas secundarios, que mantienen al individuo(ilegible) particularmente ocupado, mientras se neutraliza la capacidad volitiva del mismo, hasta transformarlo en una masa invertebrada, de(ilegible) increíble adaptación a los espacios(ilegible) reducidos, y que a todo responde invariablemente "Sus deseos son órdenes".

Regístrese y archívese

el plan maestro

el plan maestro

La pantalla me está quemando los ojos. De apoco. Uno al menos ya ve medio borroso. El jefe quiere hacerlo todo a su manera, El jefe no Sabe. El jefe es un pobre diablo que tiene que pagar las doce últimas cuotas de l suzuki baleno del año, gris metálico. Me mira con cara de extrañado cuando le hablo de métodos, de sitematizar, de operacionalizar conceptos. A su cargo está un departamento de desarrollo comunitario, ja!, de desarrollo comunitario. Me miró con cara de extrañado cuando le informé que aplicaría una encuesta para tener una base de datos para configurar el diagnóstico, un diagnóstico de la situación de las MYPEs, bla, bla, bla. No me da cancha y ya me estoy hartando. Un maldito demócrata de derecha que piensa que la gente es subnormal, los mapuches todos unos imbéciles, pero aparte de maquillar un poco el la "res pública", se pasea de un lado para otro sin hacer nada. Bueno, pagar las cuotas del baleno. Tomar whisky de vez en cuando. ya le está gustando el whisky. El municipio es un despelote. No hay siquiera una planificación para el desarrollo de la comuna. Pan y circo. pero la gente no entiende, no entiende por que nadie se ha dado el trabajo de explicarles por qué es tan necesario la organización. Mientras tanto, les tratan como subnormales, como papeletas para la votación de octubre. El negocio de administrar la pobreza. Y los funcionarios degluten lentamente la papelería que han estado llenando y firmando desde hace cincuenta años atrás. Solicitudes y decretos y timbres y memos que llenan archivadores y luego cajones polvorientos que se apilan en un rincón del edificio, escombros del barroquismo burocrático. Y no se ve la orilla por ningúna parte, en este navío que hace aguas por todos lados, pero que se empeña en flotar de todas formas. Stultifera navis, en el océano de solicitudes, de palabras impresas que hacen olas gigantes, que carcomen la madera gastada del barco. Y cuando se esté hundiendo las ratas de oficina abandonarán la nave, como en el refrán. Pero esta bien. Bien, bien. Ahora tengo que escribir un memo. cambio y fuera.

Pesadilla recurrente

Pesadilla recurrente

117

Salió de la pieza,
como si yo fuese el
demonio.
No me miraba de frente,
lloraba lágrimas con
grado alcohólico.

118

Y de la puerta del closet
salió una mano
que ya conocíamos,
y te apretó el culo.

Estaba sangrando.

120

Se ha ido,
tienes mi cabeza, salomé,
en la charola de plata.
Baila, ahora,
ya no importa.
Todo lo he dejado.

Pesadilla recurrente

Pesadilla recurrente

117

Salió de la pieza,
como si yo fuese el
demonio.
No me miraba de frente,
lloraba lágrimas con
grado alcohólico.

118

Y de la puerta del closet
salió una mano
que ya conocíamos,
y te apretó el culo.

Estaba sangrando.

120

Se ha ido,
tienes mi cabeza, salomé,
en la charola de plata.
Baila, ahora,
ya no importa.
Todo lo he dejado.

Recapitulación.

Recapitulación.

(1.1)

1

No juguemos a simular actos sexuales que son en realidad vértigos juguetones desde el abismo hasta los intercambios cíclicos de un lado a otro. No juguemos a interpelar las manos de innumerables dedos que se entretienen paseando como ciempiés cegatones sobre el senito, sobre la nalga marina. Roza el labio superior una lengua de fuego de horno de panadero, y bajo la sombra inquieta que nos brinda la ampolleta azul, fingiendo sonrojarnos con ironía de niños viejos por los avatares, y quién sabe, después ya no nos calentemos como antes.

2
Gemelos mirones e incestuosos; larvas artificiales dueñas de las sábanas que no son inmunes ahora a nuestros ejercicios orgásmicos del desvestir, una y mil cuatrocientas veces, y de amamantar a una luna ávida de semen que luego querrás tener solo para ti, egoístamente dentro de tu concha. Un sueño lánguido de torpeza nos reúne a los dos, siempre deshidratados, siempre limpios en ese romanticismo de fábula hedionda que nos protege de las aberraciones.

3

Nos masturbábamos ciertas veces mutuamente, dos inquietos ofidios que nos escocían la entrepierna y que luego, independientemente, huían el uno con el otro, abandonándonos en el paroxismo para dejarnos abrazados y mojados y mirándonos como cíclopes.

4

Suenan los resortes como la trompeta para la retreta, el catre golpea la muralla del lado, el centinela sube el volumen y todo el mundo alega por la bulla, de nuevo el resuello, el intervalo del jadeo, el contrapunto de los pubis y las plantas de los pies acurrucadas y apopléjicas.

5

Esta es la batalla unilateral, la guerra de guerrillas escabulléndose en los montes y quebradas que dejan las sábanas deshechas, una proyección imperfecta o astuta o germinal, apuesta al pingo que no gana pero llega, o al ganador, asalto al cuartel, zafarrancho y disparadera solemne de toda la munición, punticodos hasta la caverna profunda, parapetarse tras un pezón, apreciar y medir la distancia entre el ombligo y la vulva con la lengua incandescente, huir de la bengala de tus ojos, apuntar sin cerrar los párpados.

6

Un acto satírico de esa humanidad tan peluda e insosegante, ciega y hambrienta de todas las hambres. Ahorita, quién queda más vacío, ahora que no caemos de improviso, ahora que tu cama está cercada de alambres de púa, minas antipersonal y la guardia pretoriana, es el cuento, quién queda más huérfano, es la historia, a quién se le apagaron los ojos, es el resultado.

7

Cuando busco mi calcetín mientras naufragas tu lengua humedecida maliciosamente por la playa interoceánica que es mi espalda, me despierto, me vuelvo a mi rincón de preso perpetuo y busco mi otro calcetín guacho el pobre, y me lo calzo, rebeldemente. Luego el zapato y el otro. Pero nunca los pantalones, ya que se inicia la zozobra corcoveante, el vaivén ingenuo, donde otra vez, marcamos los naipes y jugamos el juego de siempre.

8

No zapato, pa’ onde va, pa’ ya caballero, un nudo desatándose, oprime botón del pecho blando y mullido, tengo sed y tú tienes sed, no tenemos saliva, sólo nuestros pellejos astutamente bordados por un hambre sempiterna, por el insomnio, por la avidez.

9

Ya no se puede inflamar la llama, ya no se pasa la bala ni se tranca la puerta, ya no crujen los dientes con el desvarío, por que somos dos extraños, inmunes e inconscientes, sentados en micros que viajan en direcciones absolutamente opuestas. Yo me bajo. No quiero este viaje.

10

Por la puerta que me atraviesa en la mañana o en la tarde, si se da el caso, me asalta una pregunta, así con toda su rudeza y salvajismo, la pregunta inclaudicable ¿AH?, continuando la vuelta hasta los colectivos que se llueven por dentro y por fuera. No hay nada.

11

Entonces, ya entonces, un alto imaginario en el camino, una avecita se posa en la linde, entre el sueño despierto y el sueño desnudo; el azul intenso que tenías cuando era ayer y el ahora ni siquiera se apreciaba, por muy buena vista que uno tuviera, cuando en la noche lluviosa de mierda jugábamos a desentrañar ese porfiado futuro que nos hizo el quite, la finta, en la cancha mojada, y terminamos hilando la baba de la mentira, de la necedad tan de moda, viento fuerte levantando los tejados y qué salado fue el tenernos, sin sed, sin hambre, sin silencios de corchea en lo absoluto.

hh
12

Se lava los dientes y se los enjuaga con Vodka,
se los lava y se los enjuaga – con vodka -,
una y otra vez, hasta que satisfecho del resultado
se mira en el espejo y se peina un par de mechas
heredadas de un abuelo que ya olvidó su nombre.

13

Ya estaba ebrio. Salió entonces a enfrentar la
calle. (Ni está tan mal como para que le pregunten,
pero, aunque uno quiera, siempre están esas viejas
mirándote por la ventana, sapeando, sin el valor de
encararte con una mísera pregunta, las copuchentas.)

14

Yo –él- no tenía ninguna intención de verte, pero
(otra vez), algunas veces es difícil evitarlo.
Punto medio, telefonazo y tut tut tut, ocupado, gracias.
Media vuelta mar, tintineando las escasas monedas,
guita, pasta, billete, lana,
en el bolsillo, mal dormido, debido a la infame
performance del gueón de siempre, dale que dale con
las jaranas –no está mal- pero el muy hijo de puta
no invita re nunca.


15

Y ya sabe que vivo aquí, al lado, que él –yo- es el gueón al que no deja pegar pestaña. Cuántas veces me lo he topado en la entrada con ese par de minas con que vive, unas hidras parafernálicas que te vaporizan con una pura mirada.

16

(Me imagino que debe ser maricón, o con un atajo a la
mariconería, al muy de moda bisexualismo –bah- y ahí ya se me acabó el enjuague bucal.)

17

Así que ahí se encontró de frente, en medio de la cavilación,
con la sed demoledora de gargantas, que invita e invita y no
paga re nunca.

18

Así que yo –él- entró a la penumbra matutina de un tugurio y se sentó a la orilla, mirando detrás de la famosa y bien ponderada jarrita de la casa, mirando la mosquita como da vueltas, adivinando los giros en el vuelo, por acá, a la izquierda automática, un sorbo a la derecha, otro sorbito, a la izquierda arriba, uno más larguito, pa’ bajo la mosca, se me –le- calentó el soplete, pa’l lao de allá y se paró en la espalda del viejo ese.

19

La inevitable estridente ceremonia con que los viejos se amamantan de la teta de vidrio, la caña gloriosa de la mañana.

20

Así, sedientos de las profundidades de la tierra, sobrevivientes del frío de la solera, un poquito de vida les empuja a traquetear por los callejones de la miseria, y no se me arranca detalle con mi teleobjetivo, detrás del vidrio de mi propia caña, convencido que ese día, no te vi, no te llamé, y que me deslicé como culebra por las cantinas hasta que finalizaron transmisiones.

Geometría analítica.

Geometría analítica.

178

Mi padre era un paralelepípedo riguroso,
mi madre una especie de rombo penitente,
y mis hermanos, todos trapezoidales.
En fin, una familia.

179

Me enamoré de un rectángulo
caprichoso que en realidad
deseaba ser un pequeño círculo.

180

Un hexaedro anduvo metiendo los ángulos,
y al final, la visectriz nos cortó los lados, y yo quedé calculando un área eriaza, mientras sus ángulos alternos/externos alternaban con otros ángulos.

181

Conocí otras figuras, otros círculos,
otros cuadrados, elipses, complicados cilindros y autocomplacientes círculos
que no les importaba más que su radio.

182

Un polígono amigo, observando
Que ya estaba perdiendo mi forma,
Y que mis lados desaparecían y qué
Más que trapezoide parecía, peligrosamente,
una ameba, me prestó un ángulo,
me devolvió al cálculo de los días.

183

-Figuras geométricas hay en todos lados – me dijo
-Pero no como aquella figura – le contesté
-Eso es lo bueno – me dijo sabiamente.

Y nos fuimos a un bar de la esquina.

Sed de sedes

Sed de sedes

No apartes de mi tu cáliz amargo. Y déjame beber de las aguas tibias que emanan de tu vulva. Me reconozco en tu pupila. Me inquieto.

Aparta de mi tu cáliz amargo. Pero no apartes tus besos. La condena no existe. Los santurrones mueren crucificados y las magdalenas procrean y extienden su prole como las arenas.

Y la espera, como un fantasma. Se acurruca en los pliegues de las sábanas y se queda dormida. Y despierta con frío y sed.

Aparta de mi tus pechos y mis ojos-círculo dentro de los círculos absortos; aparta de mí el higo maduro y dulce, aparta de mí el hueco de tu codo, el revés de tu muslo, el pelo-saliva, la piel-miedo, el temor sorpresa de un jadeo sostenido y asfixiado en la penumbra.

Entonces, agazapado, organizo la retreta. Mis manos arden. El sudor es ácido de baterías. Me corroe. Te detienes en un recoveco de una pesadilla ebria. Dejas tu estela bajando las escaleras, en un zapato debajo del sillón. Te huelo en el minutero del reloj implacable, y trato de no esperarte. Nos desesperamos.

Intento infructuosamente asirte, pero te me escurres
Entre las palmas, y sediento, apoyo mi cabeza en la almohada sola, y me duermo.

No apartes de mi nada.

De la fotito del bolsillo.

Sus ojos no son tan obscuros. Pero su pelo es negro, negro como una noche negra. Tiene un pequeño lunar sobre la ensortijada maraña que se cierne sobre su vulva.

Un pequeño ojo vigilante. Un faro ínfimo que alumbra ese salado Mar negro. Su ombligo es un pozo sin fondo que me traga.

En él, la lluvia de sus lágrimas cae como una cascada
entre sus pechos.

Su boca esta cerrada con siete llaves y su nariz apunta el camino del naufragio. Acuna a ciudades entre sus brazos y las amamanta con el ácido licor de sus entrañas.

Se esconde el sol tras su cabeza, y en la obscuridad
Sonríe levemente para iluminar el curso de las
Aves migratorias, los patos que llegan desde el sur.

Bate su pecho cuando duerme y en sus sueños duermen todas las civilizaciones. Parirá en su último espasmo y la criatura asesinará a la madre.

Eso lo ves, centinela tonto, cabeceando antes de que
El frío te congele. (desde el cable West-Coast, también se divisa el infierno)

De la fotito del bolsillo.

De la fotito del bolsillo.

Sus ojos no son tan obscuros. Pero su pelo es negro, negro como una noche negra. Tiene un pequeño lunar sobre la ensortijada maraña que se cierne sobre su vulva.

Un pequeño ojo vigilante. Un faro ínfimo que alumbra ese salado Mar negro. Su ombligo es un pozo sin fondo que me traga.

En él, la lluvia de sus lágrimas cae como una cascada
entre sus pechos.

Su boca esta cerrada con siete llaves y su nariz apunta el camino del naufragio. Acuna a ciudades entre sus brazos y las amamanta con el ácido licor de sus entrañas.

Se esconde el sol tras su cabeza, y en la obscuridad
Sonríe levemente para iluminar el curso de las
Aves migratorias, los patos que llegan desde el sur.

Bate su pecho cuando duerme y en sus sueños duermen todas las civilizaciones. Parirá en su último espasmo y la criatura asesinará a la madre.

Eso lo ves, centinela tonto, cabeceando antes de que
El frío te congele. (desde el cable West-Coast, también se divisa el infierno)

Repeticiones del plato de repeticiones.

Repeticiones del plato de repeticiones.

Los oídos necios son legión. Ya no quiero escribir para muertos vivos muertos. Ni sólo pasar horas mirando una pantalla estúpida; para después repetirme una sentencia aparatosamente lúgubre. Ahí tampoco hay nada, así que qué sacas con meterte las manos en los bolsillos como si allí estuviera la salvación, un cazabobos del estado.

Lo que después queda no es mucho; algunos millones de miles de piltrafas parlantes deambulando sordas y solas por el globo; mientras que nada, nada en lo absoluto les conmueve. Los fariseos enjutos y gordos magnates libidinosos coordinan a sus funcionarios a latigazo limpio, nos levantan la escenografía de mañana por la mañana. Sí, y los titulares de la prensa también.

Grandes Ruidos

Grandes Ruidos

Allá están todos, los que y no conozco; los que no quiero ni siquiera conocer, los pillos, las moscas muertas, los gritones, los llorones.

No les veo. No les quiero ver. Más nada, que decir, aquí en medio, atrapado sin la posibilidad de la fuga, ni del odio.

Sumisos, perritos de falda, silenciosos esclavos, misericordiosos chiquillos que ayer jugaron a la pelota, con una de trapo.

Para que decir, cuando se empiezan a agotar las improvisaciones, cuando los recursos se disminuyen hasta lo indefinible.

Pudiera decir, o pudiese decir, siendo estricto con la gramática, estaba el lugar "pletórico de individuos" que marcharon por la alameda, como si nada sucediera o sucediese.

En definitiva, nada que acotar, excepto que el acostarse es más justo. Apretar la almohada hasta las náuseas, hasta que el jugo gástrico te ahogue en un vómito nocturno.

Y para qué.

Para mirarles las caras, cuando un fantasma sea.

Debe de ser terrible ser un fantasma ser. Debe de ser terrible ser un ladronzuelo que al tiempo que nos acecha roba. Y no puede parar de robar. Porque se acaba, indubitablemente.

El vaso se llena, y después se vacía, inerme, inocuo bastardo que llorar nos hace. Amanecer en la carretera, o en el boliche que te vende la caña a cincuenta, la pitufa. La pequeña bastarda que detiene los tiritones. Cuáles tiritones.

Los que te heredaron de antaño, cuando todo estaba patas para arriba. Igual, exactamente que ahora. Niños míos, pequeños rapaces ávidos de penitencias, no se queden en esta cana. No se queden aquí. Lárguense.

Tomen el camino que quisieron cuando tenían dos años. Cuando se caven en los sesitos, cuando se pregunten en la oscuridad que los atormentó indescifrablemente, las que les dejó sin sosiego, sin un maldito sosiego.

No coman del pan que les regalan, no beban del agua que les brindan cuando sedientos se quedan mirando al cielo yermo de nubes. Cáguense. Conspiren.

Revuélquense contra el cieno verde, escupan a las nubes negras, las moradas de los cuervos. "Había una vez un ángel mórbido, que escribía dos melodías, una la tuya, otra la mía".

Que trataba de atraparme envuelto en las brasas que le consumían. "Una la tuya, otra la mía". Pero el ángel se fue volando. Volando. Volando.

Conoces ya lo que he hecho y dicho. No hay caso siquiera el recordártelo. Es más. No quiero rendirme. Pasado las he peores que esta mierda.

Aquesta mierda aciaga. Incandescente que nos consume, minuto a minuto, reloj a reloj, como los cuervos, y sus moradas.

Déjame pasar, déjame entrar, déjame quedarme en la orilla, ahora que la marea no sube. Cuando suba, en plenilunio, en el equinoccio, o cuando sea, sabré quitármela de encima.

Sabré evadir la espuma, y las luces de los automóviles. Ya, cállate, guárdate la palabra para tí. No escribas, te hace mal. No digas, te hace mal. No te despiertes, te hace mal. Malditos, maldíganlos. Quédenme solo. Decapitado.

Sonriendo cuando la guillotina haga reír a la multitud, que luego llorará cuando miren, de reojo, la cabeza lloriqueante de sangre, rodando al canasto de las cabezas.

I

La policía siempre estaba cerca, según las conferencias en la prensa, o la entrevista al prefecto en el programa especial del Domingo. “Tenemos claros indicadores de que el asesino sea probablemente un hombre de treinta a treinta y cinco años, que se moviliza en vehículo propio o posiblemente robado, y no se descarta que el sujeto haya abandonado la metrópoli, por lo que se ha desplegado un vasto sistema de servicios preventivos y de búsqueda de información, además de poner en alerta a todas las unidades policiales del país. La población debe mantener la calma y confiar en su policía, y ante cualquier conducta sospechosa, informar al cuartel más cercano a su domicilio”. Habían detenido a diez o doce personas en las últimas semanas, todos confesos de los crímenes. Desfiles de pobres diablos engrillados de pies y manos, enfundados en una amarilla camiseta sintética que en la espalda rezaba “IMPUTADO” en grandes caracteres negros, protegidos por un parafernálico e inútil aparato de seguridad de la gendarmería. Se conocía ya de sobra el modo de obtener las confesiones de los desdichados, parte de la tenebrosa herencia histórica de los elitarios gobiernos, civiles o militares disfrazados de democracias, una nada ortodoxa sesión de gentiles e interminables picanazos eléctricos en pau de arara, donde cualquier individuo termina firmando hasta las declaraciones más descabelladas. Entonces aparecían los ingeniosos titulares en los amarillistas medios de desinformación masiva: “Fin al terror, capturan a la bestia”, o “Policía captura al temible asesino”, o “Fin de los horrendos crímenes”, junto con una foto a todo color de la cara del presunto asesino en las portadas de los diarios. Cosas por el estilo. Y luego algún niño camino a la escuela encontraba un brazo en algún sitio eriazo, o un tipo decapitado en el interior de su vehículo, cuya cabeza cubierta de blanquecinos gusanitos saludando el día aparecía a los días después colgando de la rama de un árbol cualquiera de los escasos parques de la metrópoli. Perdían la escasa reserva de credibilidad que les quedaba. La población comenzó a tener aún más miedo, y el miedo vende. Le habían adjudicado oficialmente veinticinco asesinatos, todos aquellos que poseían algún elemento en común, como observaban los peritos de criminología. Sin embargo, la opinión pública abultaba la cifra hasta doblarla. Los peritos de la Policía habían confeccionado un acucioso perfil del asesino: Un psicópata, con inclinaciones homosexuales. Presunto móvil de los homicidios: Impotencia en el acto sexual que solo satisfacía con el asesinato. Los otros cuerpos que aparecían periódicamente en algún recoveco de la metrópolis y que no presentaban las señales ya clásicas de mutilación del psicópata, cercenamiento de genitales por lo general, o extracción casi quirúrgica del corazón, se descartaban o simplemente se ignoraban, y quedaban exonerados en sus archivos, apilándose las carpetas en los estantes de los ineficaces juzgados del crimen, esperando que el polvo y el olvido hicieran lo suyo. Se les rotulaba como homicidios sin esclarecer y se cerraba el sumario. Generalmente pobres diablos sin perro que les ladrara o gato que les maullara, indeseables a los ojos de los mismos magistrados. Era mejor que estuvieran muertos a que estuvieran vagando por las calles de la metrópoli, arruinando la postal internacional, afeando el paisaje urbano que el gobierno había maquillado con tanto cuidado. O simplemente, jovencitos o jovencitas habitantes de la periferia miserable que en una noche de juerga en el centro de la gigantesca metrópolis nunca más alcanzaron a tomar el microbus de vuelta a sus atestadas poblaciones. Tampoco mucho de qué preocuparse. Potenciales drogadictos o posibles prostitutas. También era ese el argumento de la policía.

Algo distinto resultaba el procedimiento policíaco de los cancerberos cuando la víctima poseía en sus apellidos bastantes más consonantes que la media nacional, y su dirección domiciliaria apuntara a alguna de las familias acaudaladas automarginadas en esas pequeñas repúblicas independientes a los pies de la cordillera, donde el aire parece más limpio, y todo es bonito, armonioso, automático y demencialmente tranquilo. Sin embargo, eran cautelosos a la hora de achacarle una nueva víctima al asesino. Por un lado, no querían alarmar aún más a la población, y por otro, no deseaban quedar como incompetentes frente a la misma. Así que eran meticulosos en el momento de comunicar a los medios de prensa sobre alguna nueva víctima del ya tristemente célebre “psicópata”. De este modo, ya que vox populi se pensaba que todos los cadáveres encontrados pertenecían a la obra del mismo endemoniado artista, el inconsciente social comenzó, en ese mismo rumbo, a hilar el tejido del mito, las historias más fantásticas desfilaron en cantinas, ferias, colegios, universidades. Inevitablemente se transformaba en el tema de conversación en cualquier reunión En realidad, en cualquier espacio en donde convergiera un grupo de ciudadanos, o de ex ciudadanos, considerando que el tema animaba las conversaciones en las ruedas de mate en las carretas de las penitenciarías. La micro, el metro, un ascensor, oficinas, talleres, construcciones, la lista se hacía interminable. No falto quién encaró la muerte y huyó de las garras del psicópata haciendo uso de las artimañas más inverosímiles. El testigo indiscreto que sintió el olor del azufre. Salió a relucir el diablo, los brujos, dios, y toda la gama de santos y demonios, las fatídicas señales de la podredumbre humana a la vuelta de la esquina del juicio final, la bestia y babilonia la grande, y pronto el asunto adquirió ribetes escatológicos. Los niños inventaban macabros juegos y rondas. Los antropólogos hablaban en las aulas de la configuración de los mitos urbanos, los sociólogos de la anomia o la alienación, ¿La retorcida imaginación colectiva? ¿La inescrupulosa sed de ganancias de los grupos económicos propietarios de la prensa?. Había tema para rato. El prelado llamaba a la población a unirse en torno a Jesús: “ No oscurezcamos la palabra del señor, la gente a veces tiene la mente sucia y confunde las cosas, oremos para que dios nos las esclarezca”, había ambiguamente comunicado, como era lo usual, el porcino y rosáceo Arzobispo Metropolitano en el noticiario de las dos de la tarde. Algunos vecinos de pasajes de las poblaciones de la periferia, curiosamente donde los asesinatos eran infrecuentes, es decir los ataques “de la bestia” como fue apodado cariñosamente por la prensa; comenzaron a organizar guardias blancas, según información publicada en el cuerpo de reportajes del dinosaurio de la prensa nacional, cierto periódico propiedad de una acaudalada familia de raigambre inglesa –edwards- vinculada derechamente al fascismo de las grandes ligas, para defenderse de la amenaza pregonada a los cuatro vientos, más de la mano de las mafias neonazis que brotaban y brotaban como moho del pan -“para barrer la escoria que amenaza a nuestra patria” extracto de la entrevista en el mismo medio a uno de los intelectuales líderes del movimiento, si cabe la expresión- y que la emprendieron contra todo individuo al que consideraron como sospechoso, es decir todo aquel que tuviera facha de drogadicto, borracho, travesti, hippie, comunista, punk, anarquista, extranjero de no muy lejos o que simplemente no les cayera en gracia, que por una necesidad real y objetiva de “autodefensa” de los pobladores frente al fenómeno aquel del asesino serial. La fuerza pública tuvo que actuar y reforzar la “vigilancia” en esas poblaciones, más por un principio de cohersión estatal para prevenir la explosión social que se cernía peligrosamente sobre la pactada tranquilidad económica debido al explosivo aumento del desempleo y la infame flexibilidad laboral, que para impedir los intentos de linchamientos protagonizados –bate de béisbol en mano- por estas bandas organizadas de energúmenos maniáticos adoradores de la swastica en los sectores en donde se concentraban en mayor o menor grado. Irremediablemente, otros actores sociales notaron que era el tiempo propicio para aprovechar de ajustar algunas cuentas pendientes, sobre todo entre Narcos o entre Hampones, o entre Narcos y policías antinarcóticos, que no eran ni tan policías ni tan antinarcóticos, o entre hampones y policías. Y en medio del enredo mayúsculo, aparecía un nuevo cadáver que dejaba otra vez las cosas patas para arriba.

A propósito de los propósitos

A propósito de los propósitos

Bueh! mis amigos imaginarios del cojonudo cybermundo. Los tolchocos eletroquímicos, las britbas brillantes y las debotchkas todas muy bujujú, envueltas en toda la palabrería joroshó, ya me tienen hasta las pelotas. Así que parafraseando al buen Little Alex de la inolvidable Clockwork Orange, con su capítulo 21, ese que el santo saco de pelotas de Kubrik extirpó de un plumazo o britbazo editorial, les digo, Oh! mis únicos y grandes amigos, que los propósitos comienzan a diluírse entre mis dedos como agüa a un sediento que caminó medio sahara para caer en la cuenta de que no era agua, ni no arena, y otra vez la fata morgana le jugaba chueco, pobrecito el, y que ni alá ni la puta de la bella genio le iba a tender una manito siquiera. Y así, condenado a la sed eterna, dejó que el sol hiciera lo suyo, y tomado de la mano de virgilio fue a echarle una miradita a los infiernos, oh! mis hermanos. ¿Y bien? ¿cual es el fucking leit motiv de esta parafernálica farsa que se cae a pedazos?. ¿cuál es el propósito para que todas estas palabritas disfrazadas de bytes viajen por el cableado y terminen como basura digital, 01010101000101001, binaria y absolutamente sola? Cada náufrago en su balsa rodeado de los tiburones transnacionales que ya suman y suman en sus calculadoras las ganancias potenciales de la basura que nos meten por el culo( sí señor, léase tal cual), y con el gran y único ojo observándonos mientras nos achicharramos las retinas intentando tirar una bengala chingada en el océano de petróleo que es este, el de la información. Y como buen Cook que dejó el encierro, navego por estos mares llenos de fantasmas y piratas, sin astrolabio ni brujula, entregado como el sediento, Oh! mis hermanos (well, well, well, My Little alex), a las manos del mefistófeles de turno, que también a tí te espera, herrabundo cibernauta de las viejas tierras azotadas por las pestes, con los brazos abiertos, mis queridos drugos, así qué, en la arena he dejado mi barca y toda la payasada, pero quemo el navío en la orilla y descalzo, mierda, bautizo este islote virtual, este peñón eriazo golpeado a barlovento por la indiferencia más extrema, como vamoscayendo, mi comandante. Y propósito de los propósitos, cuando todo está de cabeza, y llueven números y raíces cuadradas y la perspectiva se pierde como cuando miras detrás de una vaso lleno de pisco endemoniado, entonces es el mejor tiempo para quemar lo adorado, para hacer de tripas el corazón de niñitos sufrientes que nos regalara la Sancta Simplicitias y el Sínodo santo y la vírgen que tiene la vagina de yeso, y mandar a todos a tomar por culo, por que hoy, mis hermanos, me cago en la leche puta, y vamos a tomar todos mis pedacitos desperdigados para armar la trama nuevamente, sin ascos, sin remordimientos, sin memoria, de nuevo con el envoltorio plástico del pecado original, con el ombligo conectado a la matriz sufriente de la gran madre ovopositora. Chau.

El diario de K

El diario de K

“Los mismos cadáveres flotando lo de siempre, en las vidas de siempre, hablando lo de siempre. Científicamente, detrás de el vidrio del vaso con pisco, se descifra tu borrosa boca, tu nariz, tu sombra. Es un país imaginario, como siempre. Desearía correr la cortina de vidrio, sin cortarme los ojos, los párpados; sin mencionar las porquerías secretas que no nos hacen mirar, ni deducir, ni encumbrar volantines que se emborrachen en el aire.

Allá los murmullos apareciéndonos como moscas en una sopa de moscas; o quiero atravesarte la piel sin tocarte o sostener en tus escamas un tallo de la prohibición que despunte en una flor mansa y brillante, que tenga dos caras. Justo como tú y tú, dos pétalos del mismo papel del volantín, que como van las cosas, se va a quedar ebrio, en una caja de vino, sin volar, sin atravesarte la piel, sin dudar; lo de siempre. Quiero ahuyentar, esas policías secretas, que van a perseguirnos con la semblante amenazante y vacía. Pero alcanzaré a llegar a tu escombro maldito, casi desahuciando la sombra que quiso cobijarme. Pero me dio leche agria de un seno arrugado, que en realidad, era porcelana rota.

Encendida, calzada con zapatos de cuero de chancho, sin pisar el caucho del que estoy hecho. Van a ser las seis, y todavía escondes las caras detrás de la puerta, detrás de todas las puertas. Está la lluvia, además, la sed, el destierro imaginario en los países olvidados por las curaderas solemnes, que terminan normalmente en calabozos, incrédulos.

Están las veredas bisectrices que quieren cortarnos en mitades de mitades. Está el ceño fruncido y un labio torcido de ira pura, diciéndome lo que dice la ira. Veníamos cruzando la cuerda floja, con un pedazo de fotografía de tus vidas futuras. Pendiendo de un clavo clavado duramente en tu espalda, un cartel enorme que dice :
- No tocarás -,

y derrepentinamente, detrás del quiasma óptico, un señor en el mesón ofreciéndome una cañita, pa’ la sed y la calol, oiga, una cañita que no querrá quitarme la sed, de todas maneras, pues es tu saliva inembriagable dentro de mi boca, tu saliva de la lengua retrocediendo dentro de mi boca de mentira; tu saliva de la lengua de mentira, retrocediendo en la boca con un reflejo refulgente; un vitraux hecho con piel y pelos angélicos y un corazón blandiendo un hacha - la que corta al mundo, como los bordes -.

En detrás llegando; paro aquí y mirando me saca un ojo. Allí y mirando me saca un ojo. Tu cara y tus senos cubiertos de la escarcha rescoldante, dentro del ojo que me has quitado. Mar adentro, la marea se vuelve montaña”.

H. se ha quedado dormido en su silla de ruedas, cabeceando porfiadamente sobre su máquina de escribir. La botella de ron se le ha dado vuelta sobre la mesa, y una mosca trata desesperadamente de sobrevivir en el charco debatiendo frenéticamente sus alas. Y un brazo le cuelga muerto, casi tocando el suelo. Los papeles arrugados se desperdigan por toda la habitación, levemente mecidos por una corriente de aire fresco que se cuela por la ventana también levemente abierta. Pobre H. siempre está solo, despotricando sobre todas las cosas. Ni su perro le entiende, mueve la colita y le lengüetea la mano caída para despertarlo, para que le ponga la comida en su plato

paco o ladrón 2

paco o ladrón 2

A las once en punto volvió a la prefectura para almorzar. El día estuvo tranquilo, salvo un atropello en la avenida Blanco, en donde siempre atropellaban a alguna persona. Salvo ese accidente, nada más. Le fue asignado su cuadrante de patrullaje en el centro de la ciudad, un perímetro aproximado de unos cuatro kilómetros. Esa mañana la lluvia se había detenido después de caer implacablemente por casi dos semanas. Las nubes marchaban hacia el este dejando ver el cielo de un azul intenso. Le agradaban esos días en que escampa después del temporal. Los colores se vuelven más puros, el olor de la tierra más penetrante y todo está mucho más diáfano, mucho más limpio. Así que más que patrullaje en su moto enduro, fue un paseo, salvo, claro está, el incidente del atropello. Había mucha gente por las calles, y el tráfico, para una pequeña ciudad como aquella, era un pandemonium ya a esas horas. Pensaba en lo que podría hacer el fin de semana mientras su moto ronroneaba entre sus piernas al dirigirse a la prefectura a toda velocidad. Podría salir con algunos compañeros a tomar un trago en algún local. Quizás salir a pescar al Lago. Siempre le invitaban y nunca accedía. Ahora podría entusiasmarse. Ir al cine o a comprar ropa en el Mall del centro a cuenta de su tarjeta de crédito. Habían llegado unos pacos nuevos, recién salidos de la escuela. Parecían niños en uniforme que les quedaba algo grande. Apenas diez meses y a la calle, asignados a algún retén o comisaría. Parecían pollitos obedientes. La calle los iría curtiendo, enseñándole las mañas respectivas, formándoles el carácter. Se harían hombres. Bueno, al menos ganarían un sueldo seguro, techo y comida proporcionada por la institución. Algunos no eligen ser pacos, viene en los genes, por decirlo de alguna manera. Linajes de pacos. ¿Qué vas a ser cuando grande?. Voy a ser carabinero, como mi papá. Y otros que no tuvieron otra, llegó el enganche y a los cuarteles. Esperar la jubilación y hacer la pega. Obedecer. Hacer cumplir la ley sin cuestionamientos. Una ley que por lo general apenas uno entiende. Seguir el procedimiento. Llenar las minutas, formular las preguntas, atrapar al malo, proteger a la niña inocente que duerme tranquila. Baldear los calabozos pestilentes. Esas cosas. Un Paco. Treinta años para jubilarse como suboficial mayor. Treinta años de servicio para que llegue un cabro de mierda rubiecito, recién ascendido a subteniente y te mandonee, por que así es la cosa. Las órdenes se obedecen y no se cuestionan. Es una institución jerárquica. Como mi suboficial Puente. Lleva 25 años y todavía es sargento. Ya se está aburriendo, le gusta más manejar el colectivo, quedarse en la casa, engordar. Sin embargo el que manda es el suficial mayor González. Chucheta el viejo. Y no se ve viejo como Puente. Si hubiese podido entrar a la escuela de oficiales lo habría hecho, pero para eso hay que tener plata, y apellido, además. ¿Qué te preguntaban cuando chico? Pim pim quié es este ¿paco o ladrón?. Y él elegía paco, siempre paco. Y manejando una moto. ¿Cuándo iba a poder manejar una moto?. ¿Ir a la universidad?. Eso es para los pijes. No hay que ni tocar a los universitarios cuando uno se los lleva presos por tomar en la vía pública. Uno no sabe de quién puede ser hijo el niño. Aunque a veces se cobra la cuenta, un par de palos o su patada en el culo cuando los agarran tirando piedras. Pero eso es un juego. Adrenalina, como dice el chico Perez que le brillan los ojitos cuando hay que ir con g-8 a una protesta. Entre trabajar de obrero o seguir la pega del taita, mejor ser paco, al menos se tiene la posibilidad de ascender, de que le suban el sueldo, y la atención médica, se puede formar una familia sin muchos sobresaltos. Además te dan crédito al tiro en cualquier banco. Es cosa de saber administrar la plata, aunque al principio no es mucha, pero tampoco al principio uno tiene mucho gastos.

¿Cuánto ganará el comandante?. Mínimo un Palo. Un general gana un millón seiscientos. Un cabo, ciento sesenta. Un Paquito raso, lo necesario para vivir. Puta, pero entre ser milico y ser paco, no hay donde perderse, Paco. Los Milicos están medio locos, aunque hay hartos Pacos locos también que anduvieron metidos en cosas raras. Como el Loco Ramírez. O el Perro Sandoval. Pero eso es parte del pasado. Como dijo mi General, la institución mira el futuro. Pero igual se deberían reasignar los sueldos. ¿Cómo es que un general gana diez veces lo que un cabo?. Y siendo que un cabo trabaja diez veces más. Los ricos son los ricos en todas partes, eso es cierto. Y se acomodan entre ellos, qué le vamos a hacer. Un paco es un paco. Hay que hacer la pega.

El menú en el casino era pescado con acompañamiento. Arroz o papas cocidas y ensalada. Se sentó a la mesa con sus compañeros y probó el pescado. Hacía tiempo que no comía pescado, y le gustaba bastante. Cuando era niño no comía nunca salvo un par de veces que lo probó ya no se acuerda dónde. A sus hermanas no les gustaba. Ni a su mamá. Así que comer pescado era botar plata. Ensartó el tenedor en la carne tierna y blanca de la merluza y probó un bocado. Estaba extrañamente deliciosa. Un sabor imprecisable se le vino repentinamente a la memoria. Tenía que haber sido hace mucho tiempo. Mucho tiempo. ¿Ocho años?. Era un cabro chico. Debía de haber tenido como esa edad aproximadamente. Probó otro bocado pausadamente. Quería acordarse. ¿De qué exactamente?. No lo sabía. Pero una necesidad imperiosa de la memoria se cernía sobre todas las cosas. Sobre la prefectura. La conversación de sus colegas. Sobre el plato de comida. Sobre su uniforme, inclusive. ¿Qué era lo que se le venía a la cabeza?. Un verano, cuando temblaba casi todos los días. Algo tenía el pescado, el sabor se le hizo repentina y extremadamente familiar. ¿Serían los aliños?. Podría ser.

- Oye, ¿gueón qué qué gueá te pasa? –Le preguntó el Tartamudo Benítez haciendo un hercúleo esfuerzo por no tropezarse con las sílabas– Parecís como si estuvierai vovolando. Te te pregunto si vamos a ir el viernes y vos ni contestai –

- Nada, compadre, es que me estaba acordando de una cosa- Contestó

- Y de qqqué gueá – trastabilló el tartamudo

- No, nada –

Terminó su almuerzo y continuó con su trabajo. El sol se empinaba al parecer firme y ya no había una sola nube surcando el cielo en alguna dirección. Sin embargo, a parte de toda su aparatosidad lumínica, el sol no calentaba mucho y podía aún ver el vapor de su aliento. Pero era sol. Sol al fin. Realizó el recorrido estipulado sin poder acordarse aún de lo que se le había repentinamente venido a la cabeza. No podría estar tranquilo si no hasta acordarse de qué diántres se trataba. Era una de sus características. Cuando algo se le metía en la cabeza no había caso de que lo olvidara hasta haberlo hecho. Podía estar horas dando argumentos en una conversación hasta lograr su cometido. Si se olvidaba de algo, no podía realizar su rutina normal hasta acordarse de qué se había olvidado. Una especie de manía, si se puede llamar manía al obstinamiento de la memoria.

Atravesó la Avenida Avendaño a toda velocidad, olvidado del tráfico, de la radio, de la gente. Sólo una cosa retumbaba en su cabeza. Recordar. Otras imágenes dispersas por el tiempo acudieron desde el nebuloso pretérito. Quebradas, cerros y finalmente un lago. O quizás una laguna, por que cuando se es niño, uno todo lo sobre dimensiona. Se detuvo un momento en las afuera del BancoRepública. Descansó su pie en la vereda y mientras miraba a los guardias azules observando al funcionario encargado de recargar de dinero a los cajeros automáticos, pudo recordarse de otra secuencia de imágenes: Un enorme pez surgiendo de las turbias aguas de la laguna, realizando los últimos esfuerzos por liberarse del anzuelo.

Miró la hora en su reloj, quizás la única evidencia que quedaba de su, podríamos decir, vida anterior. Las viejas agujas marcaban la una y cincuenta minutos. Podrían ser unos minutos más, no se le podía exigir mucho a un anciano que no había parado de funcionar en cincuenta años. Subió su pie de la vereda y aceleró el vehículo para cruzar la avenida antes de que el semáforo lo detuviera con su ojo enrojecido.