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Caminando en Círculos

Caminando en Círculos

Apenas salí de la casa rumbo al centro en un destartalado colectivo y envuelto en un manto de neblina gélida que casi me escarchaba el bigote, caí en la cuenta que este repetitivo acto de autómata hijo de la postindustrialización me estaba hartando. Comencé a mirar a mi alrrededor. Dentro del colectivo de la línea 145. ¿Cuántas veces lo había abordado, cúantas veces había mirado esa cara extraña del conductor, los surcos de sus arrugas sin fechas? quizá cien veces, quizá era la primera, pero carecía absolutamente de importancia. Es un acto automático. Como cepillarse los dientes. como limpiarse el culo, respirar, obedecer las órdenes. Me estaban asesinando lentamente con todos los conceptos internalizados a través del gran control social, y en esa cancha rayada por las leyes de tío caifás y todo el maldito sanedrín reunen al ganado que con la parsimonia propia de la res espera su turno para que el materife le plante un marronazo. MUUUUUUUUUU. MUUUUUUUU. Ahí estaba la res, con su corbata y atado de papeles absurdos montado en el destartalado colectivo conducido por una vaca vieja que pronto sería alimento para perros. Evité mirar por el espejo retrovisor: Objects in the mirror are closer than they appear. Es cierto. Así que cerré los ojos. Esperé agazapado en mi conciencita náufraga.Y el motor se detuvo. Los tres cobres a la mano del chofer, el sordo buenos días sin propósitos. Escupido luego al cauce del traqueteo citadino, rebotando entre las piedras peatonales que se cruzan unas a otras como si nadie existiera, esperé la gran mano mecánica que me sacara de ahí y me depositara en mi confortable jaula de hamster. Sin embargo, tomando un poco de café sentado en una mesita como un ritual de contricción, de salvedad de las circunstancias que cada vez se iban desperfilando, desmadejando por así decirlo, configuré el esbozo de lo que sería posteriormente mi plan maestro. Primeramente, matar la rutina de una estocada profunda. Cortar cada una de mis cabezas de hidras-como el tal lucas- y quemar lo adorado, fiero sicambro. Si, señor mío.

La suma y la Resta

La suma y la Resta

La Suma Y la Resta

Llueven llagas y las oscuras nubes encostradas se deshacen lentamente en coágulos igualmente oscuros, igualmente densos. Sabrá el plagiario mayor desde su cielo de premios y medallas por qué la niña llora, y de sus babas putrefactas trenzará la oda a la tristeza infinita coreado por todos los sapos ventrudos y siniestros de la señora Arquer. El domínico nefasto que arrastra su cofia llena de huesos por las callejuelas inundadas de penas náufragas, negrita querida, no era otro que tu cara de camello bobalicón mirando el desierto de ideas que tiene por cabeza. ¿Vendió ya su joroba?.

Nuevamente satán el triste se arrebuja en su deshilachado chamanto para protegerse de la lluvia y tira la baraja, madre mía, por qué me duelen tanto las manos. Estuviste, hijo mío, dándole al tambor de piel humana y jugando a la crucificción con un Jesús cansado de tirar los dados y de murmurar que resucitará al tercer día. Qué sale en la baraja. Que ya no resucitará más. Los pozones de meados de todos los podetas, pequeños dioses que marchitan flores y desparraman el desparpajo a los cuatro vientos, que creen que el papel les dará la nefanda gloria que persiguen como putas persiguen la redención, Magdalena, con cruces de cloro y rosarios llenos de semen.

Mira, mijita, todo está tan de revés y ya no quiero beber más de este jarabe amargo cáliz del olvido, ni darme vueltas en la cama mirando la bárbara sonrisa eléctrica del estúpido infinito que elegiste como camarada. Tomo el fusil y le descargo los veinte tiros en la cabeza y a fojas veinte del santo oficio leguleyo, termino tirando la huincha en el lóbrego calabozo de la conciencia intranquila. Esperarás al minotauro en tu laberinto privado, esperarás que te copule y te engendre un hijo minoico que volverá loco de remate al rey de reyes.

As de pica, Satán el triste ha decidido esperar al sicario para que le haga la pega sucia. Espera en la puerta del ministerio con la mochila atiborrada de c-4. Nadie lo va a creer, Nadie podrá nunca creerlo. Cuando todo vuele por los aires y el cráter humeante en medio del bullicio citadino descubra la miseria, el robo y el espanto.


Cierto, mis queridos podetas, tan rimosos como cocodrilos mutantes, tan delicados como un caldo de cucarachas, tan acogedores como un nido de garrapatas. Peleen por los laureles, escriban la hoja última de la última poesía y díganse malditos. Trafiquen esclavos y gástense parejo, adulen sus discursos empalagosos y mátense por las migajas que caen de la mesa de tío caifás y su transnacional de artículos, decretos-leyes y capitales.

Cuando la moneda canta, el ciego tendrá que llorar, y todos querrán arrancarse los ojos para no ver, y clavarse los oídos con sendos clavos del cuatro, para no escuchar, y se harán un candado chino para no perpetuar la especie inmunda que arrastra sus harapos en las bolsas de valores de Nueva York. El esclavo está sin espalda de tanto latigazo y el hambre tiene hambre de sí misma, y mientras ustedes lloran con el circo de tratados y se entretienen con la guerra televisada desde todos los ángulos, el payaso mayor y secreto les mete el pico hasta desangrarles, y los deja como guiñapos, listo para ser procesados y transformados en las hamburguesas con que envenenan a generaciones completas.

El ictiosaurio ya abandonó la ciénaga y los mosquitos se pelean por chuparle la sangre. Satán el triste lloriquea olvidado de sí mismo por que a todo el mundo le han salido cuernos, y el infierno es una pieza maloliente para echarse un polvo y alimentar a los chinches. Te acuerdas, negra, de los ventisqueros, del calor y de la lluvia. Todo eso habrá desaparecido, cuando el uranio se vuelva la nueva moneda de compra de almas, y las ballenas vuelvan al centro de la tierra cantando la desaparición de la humanidad.

Los tomos de la investigación se pierden en los cielos, y servirán de escalera para las tribus elegidas por el payaso mayor. Cabezas de números, cientos de números y miles de fórmulas apiñadas como sarro en los pies del coloso, el atlas cansado de sostener sobre sus titáneos hombros a la piedra enronchada a la que llamamos graciosamente planeta.

Mi negra hermosa, no podrás migrar esta vez, y te enrostraré tu olvido pernicioso, por que también quieres callar, por que también compraste el boleto del sorteo de la agónica felicidad y caminas en círculos con todo el ganado esperando tu turno para el matadero.

No dudo que esas costillas serán sabrosas, y que esa posta rosada se agotará en las carnicerías, pues somos caníbales, caníbales envilecidos por el crédito tránsfuga que nos abrió las puertas del paraíso plástico, caníbales dispuestos a devorar a nuestros hijos, saturnos endemoniados devorando los vástagos llorones que parimos lentamente.

El avión despegará contigo adentro y huirás al nuevo destierro al país de los incendios. Tan cerca del polo sur, tan abrazado a la masa de hielo que se derrite y que abrirá las puertas del reino de los jureles que esperan su turno al pie de la escalera imperial de la evolución.

El mensaje del presidente y las cifras macroeconómicas de nada importan en este valle de lágrimas donde los espejos son lo único cierto. Los candidatos cuentan ya los votos y se limpian el culo con los reclamos de un pueblo que de tanto reclamar se quedó sin saliva, adormilado por la amapola astuta del oropel, la culebra de cascabel con selector de canales, conexión al ciberespacio y pornografía espiritual en todas sus posibles categorías.

La suma teológica a dado paso al oscurantismo del mercado, dios a renunciado hace como mil años, y caín dirige una guerra a distancia a quijadazos nucleares. Satán el triste mendiga en las calles con su mochila repleta de explosivo plástico, y quién sabe, quizás nos sorprenda. La capacidad de sorprendernos a dado paso a la capacidad de amargarnos la existencia y de reír estupidizados al ritmo frenético de la droga oral mediática.

¿Qué harán con todo el acero acumulado, con toda la maquinaria producida cuando la última gota de petróleo sea consumida?. Dejarán que todo sea un enorme cementerio y esperarán cuatro mil años para que el tiempo haga lo suyo y esas máquinas vuelvan a traquetear por los caminos pavimentados de una civilización con alzheimer, que se caga en la cama y ya no sabe quién es. Mi negra, temo al Alzheimer, no quiero olvidarme, no quiero olvidarte, ni tu cara compungida por la pena infinita, ni a la lluvia que te acaricia la cara por que ya yo no puedo hacerlo.

Embriagados por el espanto, por la duda, por los terroríficos grifos policiales, la estampida de miserables ha vuelto voluntariamente a las cavernas, a los calabozos a tirar la huincha eterna y a jugar la partida de brisca con la pelada, que también renunció a su pega al no poder competir en el mercado que ella misma creara desde el principio de los principios con sus afiladas manos. La jubilación es exigua, pero que más se puede pedir.

Madre mía, regrésame al útero de los úteros, gran madre ovopositora, haznos nuevamente esporas, devuélvenos a las nubes interestelares que surcan los universos, con la boleta de la compra, con el embalaje original del pecado, con el plástico y la garantía, como si recién saliéramos de fábrica.

El escándalo ha sido demasiado poderoso. El robo no ha tenido mesura. Los usurpadores se usurpan entre ellos, los timadores promulgan leyes de un congreso edificado por las manos asesinas de todos los dictadores de la república. Han clonado a Portales para que pregone la democracia de los ilusos, para que el mentor de todos los malditos homicidas republicanos exprima la última gota del limón de pica, le saque el último jugo a los engranajes de las industrias y la sobreacumulación obligue a matar de miseria a cincuenta millones de personas por día.

Abolieron la esclavitud y el encomendero se puso corbata. Abolieron el miedo y todos los estúpidos compramos la farsa como antigripales en la farmacia. Nos abrieron las puertas del calabozo y nos liberaron a punta de cañonazos. Sólo que la libertad era la puta que los reparió, era un pasaporte directo a las usinas, era la libertad de ser nuevamente esclavizados con la sonrisa afable y un buenos días todas las mañanas.

Para que quejarnos tanto, amigos míos, si todos estamos bien. La última cuenta del rosario de chuchadas que les debemos, la última factura abultada con todas las cuentas que nos deben, el último tiro que tendremos que pegar en el paredón para matar a todos esos hijos de la gran reputa nos va costar sudor de sangre y lágrimas de ácido sulfúrico, e hijos de nuestros hijos, por que gratis jamás será, y se llenarán de tricheras las anchas avenidas, y se llenarán de barricadas las esquinas del mundo Post Industrial y tendrá que arder esta troya de mierda que orbita incansablemente el sol en tercer lugar.

Mañana veremos, hijos míos, padres míos. Mañana por la mañana, Y si llueve, negra, trae un paraguas, y si hay mucho sol, véngase por la sombrita.

La tierra de nod

La tierra de nod

La Tierra de Nod

Metrópolis

Abrazo a mis hijos de la calle.
Bebo de la copa de tu mano y sé que es sangre.

Al final de la esquina está la puerta de entrada,
No se ve la salida por ningún lado.

Pálidos hijos devoradores de hombres.
Con sus únicos colmillos esperan en la penumbra,

Atraviesan el pasaje cándidas putas y travestis
ataviados con collares de navajas.
Sus risas te duelen, Paisano. Trabajaras.

Caes sobre tu víctima.
La deguellas y robas todos sus recuerdos.
Los postes mudos son los mudos testigos.
La sonrisa eléctrica de la luna te ampara.

Luces fuera. Apuras el paso y te limpias la sangre
En la fría pared antes de cruzar la puerta.

Los niñitos se ríen pero tu blindado corazón
Se oxida. Alguien llora sobre ti y es demasiado
Tarde para esconderse.

Ha comenzado a caer la lluvia implacable.
Las sabandijas se retuercen sobre la basura apilada
en los rincones. Las sabandijas, siempre sedientas.

Un angustiado te sale al paso blandiendo una
Iluminada platina – la bolsa o la vida – y de un
Soplido los apartas de tu camino.

Sus huesos son polvo y la piel de nylon transparente.
Y en sus cuencas dos piedras negras como el carbón.
Hijo de la angustia. Te consumieron.

El cadáver de Fritz Lang
merodea buscando la salvación.
Ha trocado su alma por una caja de vino.
El concho vidrioso le corta el gaznate y mea sangre.

Divisas a tu presa.
Levantas las orejas y erizas el pelo.
En el mercado negro los recuerdos
siempre tienen buen precio.

Muerdes la mano que te dio de beber.
El cáliz amargo de un manotazo lo apartaste.
Era veneno para ratas.
¿Has visto morir una rata envenenada?

Yaveh conduce su taxi por las estrechas callejuelas. Tres veces lo han asaltado esta noche. Lo conduce lentamente. Lo abordan dos hombres y una mujer.

Dentro del local la bulla insomne ensordece a los sonámbulos.
Hablan o gritan mecánicamente sin escucharse.

Es un subterráneo en el cuarto piso. Es un infierno privado con su propio Lucifer. Lo has visto. Inmóvil, colgándole un cigarro por la comisura de los labios. Y su barba es roja. Mira las almas detrás de la barra, sobándose las manos.

Calienta el cuerpo con vaso de vodka. Vodka.
Y se larga. El ruido le enferma y quiere respirar.
El aire es gélido a esta hora. Es gélido.

Yaveh se detiene frente al bulín. 3 denarios marca
El taxímetro. Pero los pasajeros han desaparecido. Pisa el acelerador y maldice su trabajo.

Los niños merodean la fritanga. Chisporrotean sopaipillas amarillas en un aceite hirviendo desde hace siglos. Una vieja desdentada los ahuyenta con un palo y atraviesa las sopaipas con un alambre. Tienen hambre y sus ojos brillan como zafiros. Esperan agazapados el momento del descuido, como pequeños rapaces.

El puente atraviesa un río obscuro de sangre y fecas. Es una vena lóbrega que arrastra las vinosas aguas hacia el mar. Desde el puente brincan los suicidas uno a uno. Saltan a las aguas inquietas, como si la muerte solucionara alguna cosa.

Los brujos cruzan los cielos volando con sus chalecos
de muerto. Se enredan algunos en los cables entretejidos por una gigantesca araña metálica que los devorará irremediablemente.

No llegarán al aquelarre, negrita, y el invunche llorará
Amargamente cuando cierre la puerta de la oficina.

No hay vacantes reza el letrero colgando de la puerta
del hades. El hostal más cercano rebosa de penitentes sordos que se asfixian ahorcados por sus rosarios mugrientos.

Cruzas la avenida y los ojos de los vigilantes te apuntan con sus pistolas semi automáticas. Quieren la parte. La coima brillante para apagar la sed antes de que los diablillos le claven sus tridentes en sus cabezas huecas.

Siempre es de noche. El sol ha renunciado y una luna cesante se colgó al tendido eléctrico para seguir brillando escuálidamente por algunas monedas.

Los ángeles se apean en las cuatro esquinas, enfundados en transparentes trajes de látex. 5 denarios por una Andrógina francesa. Pero no toquéis ni el pan ni el aceite.

Se enredan en sangrientas batallas con los travestis locales. La avenida del diablo destella con el resplandor asesino de las chavetas y mariposas de afiladas alas. Buscan la carne.

Los vencedores recogen Sus trapos y se enjuagan las heridas en las pozas de las cunetas.

No lloren, hijos suyos. Aguarden el pezón obscuro que tendrá que amamantarlos. Aguarden el abrazo húmedo que tendrá que cobijarlos cuando todo desaparezca.

De la clínica abortiva corren las embarazadas arrepentidas a inflarse los sanguinolentos úteros inservibles en el Servicentro de la esquina. El bombero las mira bobinamente, desesperadas, reventándose como burbujitas hechas con jabón.
¡Plaf! Revientan, una y otra vez.

La metrópolis no es sino un gigantesca esquina interminable. Filas de desempleados juegan a la pelota con la cabeza del capataz de la obra, la inconclusa torre de babel que puntea el negro telón del cielo con sus vigas corroyéndose con la lluvia radioactiva.

La lista es larga y el salario exiguo. ¿Qué comeremos?
Se afilan en el torno los sables del saqueo.

El mercado es rodeado por los lanceros y la caballería. La turba se enfurece y destroza al enemigo. Los que no alcanzaron a huir fueron destasados como a cerdos. Pero los caballos no se tocan, porque la carne escasea.
Pan para tres idas.

Vuelve Yaveh de la fuente de soda y mira su taxi
Envuelto en flamas. Sonríe. Volverá a su antiguo
Trabajo. Se pierde canturreando entre los peatones.
Se pierde.

Ves a Enst envuelto en sus andrajos pintando el retrato de un puto blandiendo el pincel con sus arrugadas manos llenas de ojos. Esta sentado sobre una pila de colillas de cigarrillos. Intentas saludarlo, pero te arrepientes y sigues de largo.

Juan, el carpintero; el paciente Job, manito viajero, Eli y Roberto Canoa tiran los dados contra el pavimento. Siete es suerte a la primera. 5 y 3, búscalos. 2 y 1. El paciente Job pierde. Pierde sus ultimas gambas y no le queda aceite de Ballena para vender. Los dados se ríen. –pero jugaran eternamente-

12:28 AM grita el sereno. La noche es joven. La noche es tu negro corazón, ombligo de hormigón armado, pústula fétida sobre la costra del esclavizado planeta a su órbita. En dos minutos se acabará todo.

El sicario aborda el ascensor hasta la más alta cumbre que Divida aguas. Alea Jacta Est, murmura, y tira la baraja.

La tierra se abre y glotonamente se traga a si misma.

- Y en el cielo cantan las bestias-

Paco o Ladrón 1

Paco o Ladrón 1

Ese verano tembló casi todos los días. Si uno pegaba la oreja en el suelo, podía sentir el ronroneo de las masas ígneas desordenándose en las profundidades. Pero era verano, y por lo demás, los temblores habían pasado a ser parte de la rutina estival. Claro, habían por ahí pronosticado un terremoto, pero habían ya anunciado tantas catástrofes de tantas y variadas materias que la gente se había vuelto totalmente incrédula. Los vecinos que pudieron salir a alguna parte, playa, cerro, río, agarraron sus corotos y partieron no sin avisarle a su vecino que le echara un ojo a la casa. Se había puesto tan malo el barrio, oiga. Ni siquiera se podía dejar la ropa tendida sin correr el peligro de que se la robaran. Claro, todo el problema radicaba en la instalación de la nueva población en el décimo sector, gente de mal vivir beneficiada con una casa, oiga, que mi general tuvo la generosidad de regalarles. Y en vez de trabajar, estos flojos de mierda lo único que hacen es tomar y robarle a la gente honrada, quemar neumáticos en las noches y meter barullo. Si mi general los hubiera dejado patalear en sus campamentos, hubiese sido mucho mejor. “Váyale no más vecino, que yo le echo un ojo a la casa”. Y abordaban el bus a alguna parte y desaparecían. Los que no pudieron salir, se las arreglaban de igual forma. Largas jornadas de manguereos en donde los viejos se turnaban para echarle agua a la bandada de cabros chicos, que revoloteaba bajo el arcoiris que se formaba con el chorro abanicado, muertos de la risa. O se organizaban excursiones hacia las pozas de los cerros, y en los caminos resecos por el sol implacable, gente proveniente de otras poblaciones se juntaba alegremente, en un largo peregrinaje por las laderas de los cerros.
Todas las pozas tenían su nombre en particular. La cristalina, era la preferida por las extensas familias que arribaban con bombos, petacas, suegras, abuelas, tías, cocinillas los que tenían o si no la parrilla sacramentada por los asados de todos los dieciochos. No era muy honda, con los eternos matapiojos acrobáticos volando a ras de superficie, y con arenas suaves en la orilla y el chépica asalvajado para tomar el sol y comerse el almuerzo, sacado al lápiz en el almacén de la esquina, el pollo frío y ensalada de apio y repollo, bilz enfriada en el agua para los cabros y pílsen para los taitas para comenzar a saborear el sol. La poza azul era de aguas azules de profundas, decían los viejos que era un ojo de mar, o que era parte de un abandonado pique de una mina de oro. Ahí se bañaban los muchachos más crecidos, que querían lucirse ante las admiradoras o no tanto, ante la chiquilla ingrata que no le devolvía la mirada, con sendos piqueros desde una roca ubicada a cuatro metros de alto. Se armaban verdaderas competencias y más de uno se rompió la cara al golpearse contra una saliente, o tuvo que devolverse ayudado por los compadres al quebrarse la clavícula, pero con la sonrisa de oreja a oreja por haber impresionado de tamaña manera a la niña de sus ojos, que le acompañaba tomándole de la mano de puro acongojada, de vuelta interminable hacia la posta. Y unos quinientos metros más arriba de la poza azul, se encontraba la del ahogado. Antes ser bautizada con aquel apelativo tan tétrico, era la poza por excelencia, casi una piscina. Sin embargo, alguien no alcanzó a salir de sus aguas y nadie ya quiso bañarse más en ella. Decían las viejas que había sido suicidio por amor y que la chiquilla luego se ahorcó en su casa al saber de la noticia. Otros decían que el cabro se estaba bañando tranquilamente y lo atacó un cuero, la mítica mantaraya de agua dulce, y el picotón le provocó tal calambre que hizo que se ahogara tratando de llegar a la orilla. Los más ladinos decían que eran puras guevadas y que nadie nunca se había ahogado allí, que era un rumor que echó a correr una gente que se quería acaparar la poza para ellos, por que siempre pasaba tan llena que había que llegar en la madrugada casi para calar un puesto.

Las familias, por lo general, viajaban a ese pequeño edén proletario, ya por el día, ya por el fin de semana. Cuando así sucedía, armaban sus ramadas con eucaliptos, protegían los lados con alguna lona o frazada y se prendía una buena hoguera para calentar a todo el mundo. Mientras los más chicos dormían extenuados por tanto chapuzón, los viejos desencorchaban las garrafas y le arrancaban tonadas a una guitarra, que nunca faltaba. Los jóvenes apatotados se quedaban por más días, alejados cuasi respetuosamente del sector de las familias, armaban sus carpas y seguían una similar rutina, solo que cantaban canciones de protesta a grito pelado protegidos por los cerros y encendían gruesos pitos de chilombiana recién llegada de los Andes, loco. Y seguía la tierra moviéndose imperceptiblemente todo el tiempo. Si el remezón era fuerte, quedaba todo en silencio algunos minutos, escuchándose a lo lejos los ladridos de los perros, y leves ayes y persignaciones, diosito que no tiemble más. Cuando se acababan los fideos, el arroz y el copete, era señal de que había que regresar cada cual a su covacha, a buscar la esquiva pega o a trabajar quién afortunadamente la tenía.