paco o ladrón 2

¿Cuánto ganará el comandante?. Mínimo un Palo. Un general gana un millón seiscientos. Un cabo, ciento sesenta. Un Paquito raso, lo necesario para vivir. Puta, pero entre ser milico y ser paco, no hay donde perderse, Paco. Los Milicos están medio locos, aunque hay hartos Pacos locos también que anduvieron metidos en cosas raras. Como el Loco Ramírez. O el Perro Sandoval. Pero eso es parte del pasado. Como dijo mi General, la institución mira el futuro. Pero igual se deberían reasignar los sueldos. ¿Cómo es que un general gana diez veces lo que un cabo?. Y siendo que un cabo trabaja diez veces más. Los ricos son los ricos en todas partes, eso es cierto. Y se acomodan entre ellos, qué le vamos a hacer. Un paco es un paco. Hay que hacer la pega.
El menú en el casino era pescado con acompañamiento. Arroz o papas cocidas y ensalada. Se sentó a la mesa con sus compañeros y probó el pescado. Hacía tiempo que no comía pescado, y le gustaba bastante. Cuando era niño no comía nunca salvo un par de veces que lo probó ya no se acuerda dónde. A sus hermanas no les gustaba. Ni a su mamá. Así que comer pescado era botar plata. Ensartó el tenedor en la carne tierna y blanca de la merluza y probó un bocado. Estaba extrañamente deliciosa. Un sabor imprecisable se le vino repentinamente a la memoria. Tenía que haber sido hace mucho tiempo. Mucho tiempo. ¿Ocho años?. Era un cabro chico. Debía de haber tenido como esa edad aproximadamente. Probó otro bocado pausadamente. Quería acordarse. ¿De qué exactamente?. No lo sabía. Pero una necesidad imperiosa de la memoria se cernía sobre todas las cosas. Sobre la prefectura. La conversación de sus colegas. Sobre el plato de comida. Sobre su uniforme, inclusive. ¿Qué era lo que se le venía a la cabeza?. Un verano, cuando temblaba casi todos los días. Algo tenía el pescado, el sabor se le hizo repentina y extremadamente familiar. ¿Serían los aliños?. Podría ser.
- Oye, ¿gueón qué qué gueá te pasa? Le preguntó el Tartamudo Benítez haciendo un hercúleo esfuerzo por no tropezarse con las sílabas Parecís como si estuvierai vovolando. Te te pregunto si vamos a ir el viernes y vos ni contestai
- Nada, compadre, es que me estaba acordando de una cosa- Contestó
- Y de qqqué gueá trastabilló el tartamudo
- No, nada
Terminó su almuerzo y continuó con su trabajo. El sol se empinaba al parecer firme y ya no había una sola nube surcando el cielo en alguna dirección. Sin embargo, a parte de toda su aparatosidad lumínica, el sol no calentaba mucho y podía aún ver el vapor de su aliento. Pero era sol. Sol al fin. Realizó el recorrido estipulado sin poder acordarse aún de lo que se le había repentinamente venido a la cabeza. No podría estar tranquilo si no hasta acordarse de qué diántres se trataba. Era una de sus características. Cuando algo se le metía en la cabeza no había caso de que lo olvidara hasta haberlo hecho. Podía estar horas dando argumentos en una conversación hasta lograr su cometido. Si se olvidaba de algo, no podía realizar su rutina normal hasta acordarse de qué se había olvidado. Una especie de manía, si se puede llamar manía al obstinamiento de la memoria.
Atravesó la Avenida Avendaño a toda velocidad, olvidado del tráfico, de la radio, de la gente. Sólo una cosa retumbaba en su cabeza. Recordar. Otras imágenes dispersas por el tiempo acudieron desde el nebuloso pretérito. Quebradas, cerros y finalmente un lago. O quizás una laguna, por que cuando se es niño, uno todo lo sobre dimensiona. Se detuvo un momento en las afuera del BancoRepública. Descansó su pie en la vereda y mientras miraba a los guardias azules observando al funcionario encargado de recargar de dinero a los cajeros automáticos, pudo recordarse de otra secuencia de imágenes: Un enorme pez surgiendo de las turbias aguas de la laguna, realizando los últimos esfuerzos por liberarse del anzuelo.
Miró la hora en su reloj, quizás la única evidencia que quedaba de su, podríamos decir, vida anterior. Las viejas agujas marcaban la una y cincuenta minutos. Podrían ser unos minutos más, no se le podía exigir mucho a un anciano que no había parado de funcionar en cincuenta años. Subió su pie de la vereda y aceleró el vehículo para cruzar la avenida antes de que el semáforo lo detuviera con su ojo enrojecido.
0 comentarios