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Grandes Ruidos

Grandes Ruidos Allá están todos, los que y no conozco; los que no quiero ni siquiera conocer, los pillos, las moscas muertas, los gritones, los llorones.

No les veo. No les quiero ver. Más nada, que decir, aquí en medio, atrapado sin la posibilidad de la fuga, ni del odio.

Sumisos, perritos de falda, silenciosos esclavos, misericordiosos chiquillos que ayer jugaron a la pelota, con una de trapo.

Para que decir, cuando se empiezan a agotar las improvisaciones, cuando los recursos se disminuyen hasta lo indefinible.

Pudiera decir, o pudiese decir, siendo estricto con la gramática, estaba el lugar "pletórico de individuos" que marcharon por la alameda, como si nada sucediera o sucediese.

En definitiva, nada que acotar, excepto que el acostarse es más justo. Apretar la almohada hasta las náuseas, hasta que el jugo gástrico te ahogue en un vómito nocturno.

Y para qué.

Para mirarles las caras, cuando un fantasma sea.

Debe de ser terrible ser un fantasma ser. Debe de ser terrible ser un ladronzuelo que al tiempo que nos acecha roba. Y no puede parar de robar. Porque se acaba, indubitablemente.

El vaso se llena, y después se vacía, inerme, inocuo bastardo que llorar nos hace. Amanecer en la carretera, o en el boliche que te vende la caña a cincuenta, la pitufa. La pequeña bastarda que detiene los tiritones. Cuáles tiritones.

Los que te heredaron de antaño, cuando todo estaba patas para arriba. Igual, exactamente que ahora. Niños míos, pequeños rapaces ávidos de penitencias, no se queden en esta cana. No se queden aquí. Lárguense.

Tomen el camino que quisieron cuando tenían dos años. Cuando se caven en los sesitos, cuando se pregunten en la oscuridad que los atormentó indescifrablemente, las que les dejó sin sosiego, sin un maldito sosiego.

No coman del pan que les regalan, no beban del agua que les brindan cuando sedientos se quedan mirando al cielo yermo de nubes. Cáguense. Conspiren.

Revuélquense contra el cieno verde, escupan a las nubes negras, las moradas de los cuervos. "Había una vez un ángel mórbido, que escribía dos melodías, una la tuya, otra la mía".

Que trataba de atraparme envuelto en las brasas que le consumían. "Una la tuya, otra la mía". Pero el ángel se fue volando. Volando. Volando.

Conoces ya lo que he hecho y dicho. No hay caso siquiera el recordártelo. Es más. No quiero rendirme. Pasado las he peores que esta mierda.

Aquesta mierda aciaga. Incandescente que nos consume, minuto a minuto, reloj a reloj, como los cuervos, y sus moradas.

Déjame pasar, déjame entrar, déjame quedarme en la orilla, ahora que la marea no sube. Cuando suba, en plenilunio, en el equinoccio, o cuando sea, sabré quitármela de encima.

Sabré evadir la espuma, y las luces de los automóviles. Ya, cállate, guárdate la palabra para tí. No escribas, te hace mal. No digas, te hace mal. No te despiertes, te hace mal. Malditos, maldíganlos. Quédenme solo. Decapitado.

Sonriendo cuando la guillotina haga reír a la multitud, que luego llorará cuando miren, de reojo, la cabeza lloriqueante de sangre, rodando al canasto de las cabezas.

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