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Deconstrucción Antisocial de la Irrealidad

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El desalmado

El desalmado Y conforme a lo dicho, profesor, aquel pactado encuentro de esos dos inmensos soles casi extintos, gigantes rojos que se transformarán finalmente en dos cuencas muertas en la espesura del espacio, profesor, que tragarán la luz, dos pozos ciegos, profesor, tal como los ojos de quien le hablara, de aquella fauce tibia que me mordió en la entrepierna y que me haya dejado con el leve sobresalto de los alucinados, sobre todo en las mañanas tan frías de estos días, profesor. El rumbo de la historia ha tomado un cariz sombrío, como si el invierno no se hubiera retirado, y la oscuridad se cuela por las rendijas de las casuchas, por las rendijas que deja la piel muerta y seca, el cansancio del traqueteo, profesor, las almas deambulando arrastrando la bolsa del pan rancio, las migajas de la mesa de tío caifás, como usted sabe profesor. Tintas de mi sangre, resquemores y temblores ansiosos por verla cruzando la esquina, parada en la ramita de un arbolito, toda cubierta por las perlas que dejó la lluvia de la madrugada, haciéndole el quite la las garras siniestras a lo perdigones de hielo que tratan de asaltarla, profesor. Yo me inquieto, es lo mínimo. Y en este largo pasaje a la extinción, el feriado eterno, el peregrinaje de los descalzos, las dudas y las oraciones abiertas como puertas al cadalso adquieren la monotonía de lo indecible, la rutinaria maquinaria de la burocracia, todo se hace un trámite en las oficinas del sanedrín, profesor. Y entonces me acurruco en el último cajón de la cómoda, como queriendo decir que cuando ese sol cansado de brillar se vuelva un gigante iracundo y rojo y todo lo incendie, yo, asido a una fotografía de mis vidas pasadas, la de terno y corbata en mi funeral, estar´temblando de alegría por que todo por fin habrá terminado, y el peregrinaje adquirirá otro cariz supongo profesor. Ahora intento quitarme este olor de llaga supurante, saciar el hambre de hiena, huir por algún punto no congestionado de esta urbe que es un montón de escombros, profesor. Y el papel, profesor, no resulta suficiente, y lo que he registrado puerilmente con mi maquinita de registrar, las imágenes que cargo en la mochila sin fondo, en el saco roto, se desahacen, se destruyen en las retinas de los ciegos, profesor, y entonces me desespero y en un grito ahogado de la existinieblas me duermo extenuado lleno de preguntas y respuestas, hasta que nuevamente todo comienza desde cero.

Y acero

Y acero ¿El empate?

137

Te cedo el triunfo.
Un tiro de esquina que
se hizo gol antojadizo.

138

Primer tempo. Perdí por
goleada. Mi arquero no vio
una y yo grité a la orilla
de la cancha hasta que me expulsaron.

139

En el segundo, empatamos
en la media hora de partido.
Se adelantó la línea defensiva,
algo peligroso, pero bastante
útil cuando ya no se tiene nada que perder.

140

Y vino ese maldito tiro de esquina
En el último minuto de partido.
¿Y los descuentos?

141

Maldito árbitro comprado.
Ángulo imposible. Viento en contra.
Y metes el gol. No hay partido de vuelta.
Te cedo el triunfo.

142

Creo que nunca más juego a la pelota contigo, negra.

La barra hizo mierda el estadio.

Memo 24

Memo 24 La situación de la no (tachado) actualidad (ilegible) se (tachado) reduce (ilegible) a la problemática registrada últimamente, producto del deterioro(ilegible) manifestado (tachado) en ciertos personajes (ilegible) de la cuántica(ilegible) economía (tachado) global (ilegible) del espíritu. Si el Ciudadano promedio, defeca de uno a dos Kg de(ilegible) remordimientos (ilegible) económicos, se podría calcular, que a ese ritmo de crecimiento, en un plazo de 350 años, la franja de tierra, que al norte linda con Perú, y al Sur, con el Polo Sur, desaparecerá irremediablemente bajo una costra de excrementos de grosor hasta ahora imprecisable. Debido a esto, que nuestro eficiente ministerio de vivienda y urbanismo, ha estimulado la construcción de nuevas edificaciones de hacinamiento público (DFL 767), que se proyectan como una viable solución al problema de la supra-defecación de los habitantes de la república; ya que estos edificios se emplazarán por sobre los 8000 Mt snm, con un espacio promedio de 1,5 mt cuadrados por cada 1.87 habitantes, lo que a su vez, aplacaría la necesidad del habitante común, de estar más cerca de dios.

Nuestro ministerio de salud (ilegible)espiritual y físico, proveerá, a través de los servicios de salud pública, del oxígeno suficiente, para la feliz interacción del ciudadano en aquel medio agreste(tachado), que como bien sabemos, carece bastante de oxígeno. Asimismo (ilegible)dicho ministerio, abastecerá a los afiliados a los sistemas previsionales convencionales, de los narcóticos suficientes para soportar aquella(ilegible) monstruosa(ilegible) altura, cambios de presión y mareos respectivos, provocados por el vértigo. Estos poderosos narcóticos, ya han sido con éxito estrepitoso probados en muestras poblacionales de sectores (tachado)periféricos y marginales de las regiones de Rancagua, Coquimbo y Villa Alemana. A su vez, han sido aprobados por la Sociedad Internacional para la Narcotización Masiva (S.I.N.M), que también experimentó exitosamente con una vacuna, que aplicada al lóbulo occipital derecho, reduce el riesgo de suicidio por angustia y depresión, provocadas por el enclaustramiento(ilegible) progresivo. La sustancia narcótica, recomendada por nuestro ministerio y aprobada por el S.I.N.M, actúa (ilegible) inmejorablemente sobre el sistema nervioso central, produciendo un estado catatónico permanente, que eleva su efecto gradualmente, a medida que la sustancia es aplicada cada vez en menores dosis, lo que reduce notoriamente el coste de producción. Este estado catatónico, se caracteriza por presentar más de mil quinientos síntomas secundarios, que mantienen al individuo(ilegible) particularmente ocupado, mientras se neutraliza la capacidad volitiva del mismo, hasta transformarlo en una masa invertebrada, de(ilegible) increíble adaptación a los espacios(ilegible) reducidos, y que a todo responde invariablemente "Sus deseos son órdenes".

Regístrese y archívese

De la fotito del bolsillo.

Sus ojos no son tan obscuros. Pero su pelo es negro, negro como una noche negra. Tiene un pequeño lunar sobre la ensortijada maraña que se cierne sobre su vulva.

Un pequeño ojo vigilante. Un faro ínfimo que alumbra ese salado Mar negro. Su ombligo es un pozo sin fondo que me traga.

En él, la lluvia de sus lágrimas cae como una cascada
entre sus pechos.

Su boca esta cerrada con siete llaves y su nariz apunta el camino del naufragio. Acuna a ciudades entre sus brazos y las amamanta con el ácido licor de sus entrañas.

Se esconde el sol tras su cabeza, y en la obscuridad
Sonríe levemente para iluminar el curso de las
Aves migratorias, los patos que llegan desde el sur.

Bate su pecho cuando duerme y en sus sueños duermen todas las civilizaciones. Parirá en su último espasmo y la criatura asesinará a la madre.

Eso lo ves, centinela tonto, cabeceando antes de que
El frío te congele. (desde el cable West-Coast, también se divisa el infierno)

De la fotito del bolsillo.

De la fotito del bolsillo. Sus ojos no son tan obscuros. Pero su pelo es negro, negro como una noche negra. Tiene un pequeño lunar sobre la ensortijada maraña que se cierne sobre su vulva.

Un pequeño ojo vigilante. Un faro ínfimo que alumbra ese salado Mar negro. Su ombligo es un pozo sin fondo que me traga.

En él, la lluvia de sus lágrimas cae como una cascada
entre sus pechos.

Su boca esta cerrada con siete llaves y su nariz apunta el camino del naufragio. Acuna a ciudades entre sus brazos y las amamanta con el ácido licor de sus entrañas.

Se esconde el sol tras su cabeza, y en la obscuridad
Sonríe levemente para iluminar el curso de las
Aves migratorias, los patos que llegan desde el sur.

Bate su pecho cuando duerme y en sus sueños duermen todas las civilizaciones. Parirá en su último espasmo y la criatura asesinará a la madre.

Eso lo ves, centinela tonto, cabeceando antes de que
El frío te congele. (desde el cable West-Coast, también se divisa el infierno)

El diario de K

El diario de K “Los mismos cadáveres flotando lo de siempre, en las vidas de siempre, hablando lo de siempre. Científicamente, detrás de el vidrio del vaso con pisco, se descifra tu borrosa boca, tu nariz, tu sombra. Es un país imaginario, como siempre. Desearía correr la cortina de vidrio, sin cortarme los ojos, los párpados; sin mencionar las porquerías secretas que no nos hacen mirar, ni deducir, ni encumbrar volantines que se emborrachen en el aire.

Allá los murmullos apareciéndonos como moscas en una sopa de moscas; o quiero atravesarte la piel sin tocarte o sostener en tus escamas un tallo de la prohibición que despunte en una flor mansa y brillante, que tenga dos caras. Justo como tú y tú, dos pétalos del mismo papel del volantín, que como van las cosas, se va a quedar ebrio, en una caja de vino, sin volar, sin atravesarte la piel, sin dudar; lo de siempre. Quiero ahuyentar, esas policías secretas, que van a perseguirnos con la semblante amenazante y vacía. Pero alcanzaré a llegar a tu escombro maldito, casi desahuciando la sombra que quiso cobijarme. Pero me dio leche agria de un seno arrugado, que en realidad, era porcelana rota.

Encendida, calzada con zapatos de cuero de chancho, sin pisar el caucho del que estoy hecho. Van a ser las seis, y todavía escondes las caras detrás de la puerta, detrás de todas las puertas. Está la lluvia, además, la sed, el destierro imaginario en los países olvidados por las curaderas solemnes, que terminan normalmente en calabozos, incrédulos.

Están las veredas bisectrices que quieren cortarnos en mitades de mitades. Está el ceño fruncido y un labio torcido de ira pura, diciéndome lo que dice la ira. Veníamos cruzando la cuerda floja, con un pedazo de fotografía de tus vidas futuras. Pendiendo de un clavo clavado duramente en tu espalda, un cartel enorme que dice :
- No tocarás -,

y derrepentinamente, detrás del quiasma óptico, un señor en el mesón ofreciéndome una cañita, pa’ la sed y la calol, oiga, una cañita que no querrá quitarme la sed, de todas maneras, pues es tu saliva inembriagable dentro de mi boca, tu saliva de la lengua retrocediendo dentro de mi boca de mentira; tu saliva de la lengua de mentira, retrocediendo en la boca con un reflejo refulgente; un vitraux hecho con piel y pelos angélicos y un corazón blandiendo un hacha - la que corta al mundo, como los bordes -.

En detrás llegando; paro aquí y mirando me saca un ojo. Allí y mirando me saca un ojo. Tu cara y tus senos cubiertos de la escarcha rescoldante, dentro del ojo que me has quitado. Mar adentro, la marea se vuelve montaña”.

H. se ha quedado dormido en su silla de ruedas, cabeceando porfiadamente sobre su máquina de escribir. La botella de ron se le ha dado vuelta sobre la mesa, y una mosca trata desesperadamente de sobrevivir en el charco debatiendo frenéticamente sus alas. Y un brazo le cuelga muerto, casi tocando el suelo. Los papeles arrugados se desperdigan por toda la habitación, levemente mecidos por una corriente de aire fresco que se cuela por la ventana también levemente abierta. Pobre H. siempre está solo, despotricando sobre todas las cosas. Ni su perro le entiende, mueve la colita y le lengüetea la mano caída para despertarlo, para que le ponga la comida en su plato

paco o ladrón 2

paco o ladrón 2 A las once en punto volvió a la prefectura para almorzar. El día estuvo tranquilo, salvo un atropello en la avenida Blanco, en donde siempre atropellaban a alguna persona. Salvo ese accidente, nada más. Le fue asignado su cuadrante de patrullaje en el centro de la ciudad, un perímetro aproximado de unos cuatro kilómetros. Esa mañana la lluvia se había detenido después de caer implacablemente por casi dos semanas. Las nubes marchaban hacia el este dejando ver el cielo de un azul intenso. Le agradaban esos días en que escampa después del temporal. Los colores se vuelven más puros, el olor de la tierra más penetrante y todo está mucho más diáfano, mucho más limpio. Así que más que patrullaje en su moto enduro, fue un paseo, salvo, claro está, el incidente del atropello. Había mucha gente por las calles, y el tráfico, para una pequeña ciudad como aquella, era un pandemonium ya a esas horas. Pensaba en lo que podría hacer el fin de semana mientras su moto ronroneaba entre sus piernas al dirigirse a la prefectura a toda velocidad. Podría salir con algunos compañeros a tomar un trago en algún local. Quizás salir a pescar al Lago. Siempre le invitaban y nunca accedía. Ahora podría entusiasmarse. Ir al cine o a comprar ropa en el Mall del centro a cuenta de su tarjeta de crédito. Habían llegado unos pacos nuevos, recién salidos de la escuela. Parecían niños en uniforme que les quedaba algo grande. Apenas diez meses y a la calle, asignados a algún retén o comisaría. Parecían pollitos obedientes. La calle los iría curtiendo, enseñándole las mañas respectivas, formándoles el carácter. Se harían hombres. Bueno, al menos ganarían un sueldo seguro, techo y comida proporcionada por la institución. Algunos no eligen ser pacos, viene en los genes, por decirlo de alguna manera. Linajes de pacos. ¿Qué vas a ser cuando grande?. Voy a ser carabinero, como mi papá. Y otros que no tuvieron otra, llegó el enganche y a los cuarteles. Esperar la jubilación y hacer la pega. Obedecer. Hacer cumplir la ley sin cuestionamientos. Una ley que por lo general apenas uno entiende. Seguir el procedimiento. Llenar las minutas, formular las preguntas, atrapar al malo, proteger a la niña inocente que duerme tranquila. Baldear los calabozos pestilentes. Esas cosas. Un Paco. Treinta años para jubilarse como suboficial mayor. Treinta años de servicio para que llegue un cabro de mierda rubiecito, recién ascendido a subteniente y te mandonee, por que así es la cosa. Las órdenes se obedecen y no se cuestionan. Es una institución jerárquica. Como mi suboficial Puente. Lleva 25 años y todavía es sargento. Ya se está aburriendo, le gusta más manejar el colectivo, quedarse en la casa, engordar. Sin embargo el que manda es el suficial mayor González. Chucheta el viejo. Y no se ve viejo como Puente. Si hubiese podido entrar a la escuela de oficiales lo habría hecho, pero para eso hay que tener plata, y apellido, además. ¿Qué te preguntaban cuando chico? Pim pim quié es este ¿paco o ladrón?. Y él elegía paco, siempre paco. Y manejando una moto. ¿Cuándo iba a poder manejar una moto?. ¿Ir a la universidad?. Eso es para los pijes. No hay que ni tocar a los universitarios cuando uno se los lleva presos por tomar en la vía pública. Uno no sabe de quién puede ser hijo el niño. Aunque a veces se cobra la cuenta, un par de palos o su patada en el culo cuando los agarran tirando piedras. Pero eso es un juego. Adrenalina, como dice el chico Perez que le brillan los ojitos cuando hay que ir con g-8 a una protesta. Entre trabajar de obrero o seguir la pega del taita, mejor ser paco, al menos se tiene la posibilidad de ascender, de que le suban el sueldo, y la atención médica, se puede formar una familia sin muchos sobresaltos. Además te dan crédito al tiro en cualquier banco. Es cosa de saber administrar la plata, aunque al principio no es mucha, pero tampoco al principio uno tiene mucho gastos.

¿Cuánto ganará el comandante?. Mínimo un Palo. Un general gana un millón seiscientos. Un cabo, ciento sesenta. Un Paquito raso, lo necesario para vivir. Puta, pero entre ser milico y ser paco, no hay donde perderse, Paco. Los Milicos están medio locos, aunque hay hartos Pacos locos también que anduvieron metidos en cosas raras. Como el Loco Ramírez. O el Perro Sandoval. Pero eso es parte del pasado. Como dijo mi General, la institución mira el futuro. Pero igual se deberían reasignar los sueldos. ¿Cómo es que un general gana diez veces lo que un cabo?. Y siendo que un cabo trabaja diez veces más. Los ricos son los ricos en todas partes, eso es cierto. Y se acomodan entre ellos, qué le vamos a hacer. Un paco es un paco. Hay que hacer la pega.

El menú en el casino era pescado con acompañamiento. Arroz o papas cocidas y ensalada. Se sentó a la mesa con sus compañeros y probó el pescado. Hacía tiempo que no comía pescado, y le gustaba bastante. Cuando era niño no comía nunca salvo un par de veces que lo probó ya no se acuerda dónde. A sus hermanas no les gustaba. Ni a su mamá. Así que comer pescado era botar plata. Ensartó el tenedor en la carne tierna y blanca de la merluza y probó un bocado. Estaba extrañamente deliciosa. Un sabor imprecisable se le vino repentinamente a la memoria. Tenía que haber sido hace mucho tiempo. Mucho tiempo. ¿Ocho años?. Era un cabro chico. Debía de haber tenido como esa edad aproximadamente. Probó otro bocado pausadamente. Quería acordarse. ¿De qué exactamente?. No lo sabía. Pero una necesidad imperiosa de la memoria se cernía sobre todas las cosas. Sobre la prefectura. La conversación de sus colegas. Sobre el plato de comida. Sobre su uniforme, inclusive. ¿Qué era lo que se le venía a la cabeza?. Un verano, cuando temblaba casi todos los días. Algo tenía el pescado, el sabor se le hizo repentina y extremadamente familiar. ¿Serían los aliños?. Podría ser.

- Oye, ¿gueón qué qué gueá te pasa? –Le preguntó el Tartamudo Benítez haciendo un hercúleo esfuerzo por no tropezarse con las sílabas– Parecís como si estuvierai vovolando. Te te pregunto si vamos a ir el viernes y vos ni contestai –

- Nada, compadre, es que me estaba acordando de una cosa- Contestó

- Y de qqqué gueá – trastabilló el tartamudo

- No, nada –

Terminó su almuerzo y continuó con su trabajo. El sol se empinaba al parecer firme y ya no había una sola nube surcando el cielo en alguna dirección. Sin embargo, a parte de toda su aparatosidad lumínica, el sol no calentaba mucho y podía aún ver el vapor de su aliento. Pero era sol. Sol al fin. Realizó el recorrido estipulado sin poder acordarse aún de lo que se le había repentinamente venido a la cabeza. No podría estar tranquilo si no hasta acordarse de qué diántres se trataba. Era una de sus características. Cuando algo se le metía en la cabeza no había caso de que lo olvidara hasta haberlo hecho. Podía estar horas dando argumentos en una conversación hasta lograr su cometido. Si se olvidaba de algo, no podía realizar su rutina normal hasta acordarse de qué se había olvidado. Una especie de manía, si se puede llamar manía al obstinamiento de la memoria.

Atravesó la Avenida Avendaño a toda velocidad, olvidado del tráfico, de la radio, de la gente. Sólo una cosa retumbaba en su cabeza. Recordar. Otras imágenes dispersas por el tiempo acudieron desde el nebuloso pretérito. Quebradas, cerros y finalmente un lago. O quizás una laguna, por que cuando se es niño, uno todo lo sobre dimensiona. Se detuvo un momento en las afuera del BancoRepública. Descansó su pie en la vereda y mientras miraba a los guardias azules observando al funcionario encargado de recargar de dinero a los cajeros automáticos, pudo recordarse de otra secuencia de imágenes: Un enorme pez surgiendo de las turbias aguas de la laguna, realizando los últimos esfuerzos por liberarse del anzuelo.

Miró la hora en su reloj, quizás la única evidencia que quedaba de su, podríamos decir, vida anterior. Las viejas agujas marcaban la una y cincuenta minutos. Podrían ser unos minutos más, no se le podía exigir mucho a un anciano que no había parado de funcionar en cincuenta años. Subió su pie de la vereda y aceleró el vehículo para cruzar la avenida antes de que el semáforo lo detuviera con su ojo enrojecido.

Paco o Ladrón 1

Paco o Ladrón 1 Ese verano tembló casi todos los días. Si uno pegaba la oreja en el suelo, podía sentir el ronroneo de las masas ígneas desordenándose en las profundidades. Pero era verano, y por lo demás, los temblores habían pasado a ser parte de la rutina estival. Claro, habían por ahí pronosticado un terremoto, pero habían ya anunciado tantas catástrofes de tantas y variadas materias que la gente se había vuelto totalmente incrédula. Los vecinos que pudieron salir a alguna parte, playa, cerro, río, agarraron sus corotos y partieron no sin avisarle a su vecino que le echara un ojo a la casa. Se había puesto tan malo el barrio, oiga. Ni siquiera se podía dejar la ropa tendida sin correr el peligro de que se la robaran. Claro, todo el problema radicaba en la instalación de la nueva población en el décimo sector, gente de mal vivir beneficiada con una casa, oiga, que mi general tuvo la generosidad de regalarles. Y en vez de trabajar, estos flojos de mierda lo único que hacen es tomar y robarle a la gente honrada, quemar neumáticos en las noches y meter barullo. Si mi general los hubiera dejado patalear en sus campamentos, hubiese sido mucho mejor. “Váyale no más vecino, que yo le echo un ojo a la casa”. Y abordaban el bus a alguna parte y desaparecían. Los que no pudieron salir, se las arreglaban de igual forma. Largas jornadas de manguereos en donde los viejos se turnaban para echarle agua a la bandada de cabros chicos, que revoloteaba bajo el arcoiris que se formaba con el chorro abanicado, muertos de la risa. O se organizaban excursiones hacia las pozas de los cerros, y en los caminos resecos por el sol implacable, gente proveniente de otras poblaciones se juntaba alegremente, en un largo peregrinaje por las laderas de los cerros.
Todas las pozas tenían su nombre en particular. La cristalina, era la preferida por las extensas familias que arribaban con bombos, petacas, suegras, abuelas, tías, cocinillas los que tenían o si no la parrilla sacramentada por los asados de todos los dieciochos. No era muy honda, con los eternos matapiojos acrobáticos volando a ras de superficie, y con arenas suaves en la orilla y el chépica asalvajado para tomar el sol y comerse el almuerzo, sacado al lápiz en el almacén de la esquina, el pollo frío y ensalada de apio y repollo, bilz enfriada en el agua para los cabros y pílsen para los taitas para comenzar a saborear el sol. La poza azul era de aguas azules de profundas, decían los viejos que era un ojo de mar, o que era parte de un abandonado pique de una mina de oro. Ahí se bañaban los muchachos más crecidos, que querían lucirse ante las admiradoras o no tanto, ante la chiquilla ingrata que no le devolvía la mirada, con sendos piqueros desde una roca ubicada a cuatro metros de alto. Se armaban verdaderas competencias y más de uno se rompió la cara al golpearse contra una saliente, o tuvo que devolverse ayudado por los compadres al quebrarse la clavícula, pero con la sonrisa de oreja a oreja por haber impresionado de tamaña manera a la niña de sus ojos, que le acompañaba tomándole de la mano de puro acongojada, de vuelta interminable hacia la posta. Y unos quinientos metros más arriba de la poza azul, se encontraba la del ahogado. Antes ser bautizada con aquel apelativo tan tétrico, era la poza por excelencia, casi una piscina. Sin embargo, alguien no alcanzó a salir de sus aguas y nadie ya quiso bañarse más en ella. Decían las viejas que había sido suicidio por amor y que la chiquilla luego se ahorcó en su casa al saber de la noticia. Otros decían que el cabro se estaba bañando tranquilamente y lo atacó un cuero, la mítica mantaraya de agua dulce, y el picotón le provocó tal calambre que hizo que se ahogara tratando de llegar a la orilla. Los más ladinos decían que eran puras guevadas y que nadie nunca se había ahogado allí, que era un rumor que echó a correr una gente que se quería acaparar la poza para ellos, por que siempre pasaba tan llena que había que llegar en la madrugada casi para calar un puesto.

Las familias, por lo general, viajaban a ese pequeño edén proletario, ya por el día, ya por el fin de semana. Cuando así sucedía, armaban sus ramadas con eucaliptos, protegían los lados con alguna lona o frazada y se prendía una buena hoguera para calentar a todo el mundo. Mientras los más chicos dormían extenuados por tanto chapuzón, los viejos desencorchaban las garrafas y le arrancaban tonadas a una guitarra, que nunca faltaba. Los jóvenes apatotados se quedaban por más días, alejados cuasi respetuosamente del sector de las familias, armaban sus carpas y seguían una similar rutina, solo que cantaban canciones de protesta a grito pelado protegidos por los cerros y encendían gruesos pitos de chilombiana recién llegada de los Andes, loco. Y seguía la tierra moviéndose imperceptiblemente todo el tiempo. Si el remezón era fuerte, quedaba todo en silencio algunos minutos, escuchándose a lo lejos los ladridos de los perros, y leves ayes y persignaciones, diosito que no tiemble más. Cuando se acababan los fideos, el arroz y el copete, era señal de que había que regresar cada cual a su covacha, a buscar la esquiva pega o a trabajar quién afortunadamente la tenía.