El diario de K
Los mismos cadáveres flotando lo de siempre, en las vidas de siempre, hablando lo de siempre. Científicamente, detrás de el vidrio del vaso con pisco, se descifra tu borrosa boca, tu nariz, tu sombra. Es un país imaginario, como siempre. Desearía correr la cortina de vidrio, sin cortarme los ojos, los párpados; sin mencionar las porquerías secretas que no nos hacen mirar, ni deducir, ni encumbrar volantines que se emborrachen en el aire.
Allá los murmullos apareciéndonos como moscas en una sopa de moscas; o quiero atravesarte la piel sin tocarte o sostener en tus escamas un tallo de la prohibición que despunte en una flor mansa y brillante, que tenga dos caras. Justo como tú y tú, dos pétalos del mismo papel del volantín, que como van las cosas, se va a quedar ebrio, en una caja de vino, sin volar, sin atravesarte la piel, sin dudar; lo de siempre. Quiero ahuyentar, esas policías secretas, que van a perseguirnos con la semblante amenazante y vacía. Pero alcanzaré a llegar a tu escombro maldito, casi desahuciando la sombra que quiso cobijarme. Pero me dio leche agria de un seno arrugado, que en realidad, era porcelana rota.
Encendida, calzada con zapatos de cuero de chancho, sin pisar el caucho del que estoy hecho. Van a ser las seis, y todavía escondes las caras detrás de la puerta, detrás de todas las puertas. Está la lluvia, además, la sed, el destierro imaginario en los países olvidados por las curaderas solemnes, que terminan normalmente en calabozos, incrédulos.
Están las veredas bisectrices que quieren cortarnos en mitades de mitades. Está el ceño fruncido y un labio torcido de ira pura, diciéndome lo que dice la ira. Veníamos cruzando la cuerda floja, con un pedazo de fotografía de tus vidas futuras. Pendiendo de un clavo clavado duramente en tu espalda, un cartel enorme que dice :
- No tocarás -,
y derrepentinamente, detrás del quiasma óptico, un señor en el mesón ofreciéndome una cañita, pa la sed y la calol, oiga, una cañita que no querrá quitarme la sed, de todas maneras, pues es tu saliva inembriagable dentro de mi boca, tu saliva de la lengua retrocediendo dentro de mi boca de mentira; tu saliva de la lengua de mentira, retrocediendo en la boca con un reflejo refulgente; un vitraux hecho con piel y pelos angélicos y un corazón blandiendo un hacha - la que corta al mundo, como los bordes -.
En detrás llegando; paro aquí y mirando me saca un ojo. Allí y mirando me saca un ojo. Tu cara y tus senos cubiertos de la escarcha rescoldante, dentro del ojo que me has quitado. Mar adentro, la marea se vuelve montaña.
H. se ha quedado dormido en su silla de ruedas, cabeceando porfiadamente sobre su máquina de escribir. La botella de ron se le ha dado vuelta sobre la mesa, y una mosca trata desesperadamente de sobrevivir en el charco debatiendo frenéticamente sus alas. Y un brazo le cuelga muerto, casi tocando el suelo. Los papeles arrugados se desperdigan por toda la habitación, levemente mecidos por una corriente de aire fresco que se cuela por la ventana también levemente abierta. Pobre H. siempre está solo, despotricando sobre todas las cosas. Ni su perro le entiende, mueve la colita y le lengüetea la mano caída para despertarlo, para que le ponga la comida en su plato
Allá los murmullos apareciéndonos como moscas en una sopa de moscas; o quiero atravesarte la piel sin tocarte o sostener en tus escamas un tallo de la prohibición que despunte en una flor mansa y brillante, que tenga dos caras. Justo como tú y tú, dos pétalos del mismo papel del volantín, que como van las cosas, se va a quedar ebrio, en una caja de vino, sin volar, sin atravesarte la piel, sin dudar; lo de siempre. Quiero ahuyentar, esas policías secretas, que van a perseguirnos con la semblante amenazante y vacía. Pero alcanzaré a llegar a tu escombro maldito, casi desahuciando la sombra que quiso cobijarme. Pero me dio leche agria de un seno arrugado, que en realidad, era porcelana rota.
Encendida, calzada con zapatos de cuero de chancho, sin pisar el caucho del que estoy hecho. Van a ser las seis, y todavía escondes las caras detrás de la puerta, detrás de todas las puertas. Está la lluvia, además, la sed, el destierro imaginario en los países olvidados por las curaderas solemnes, que terminan normalmente en calabozos, incrédulos.
Están las veredas bisectrices que quieren cortarnos en mitades de mitades. Está el ceño fruncido y un labio torcido de ira pura, diciéndome lo que dice la ira. Veníamos cruzando la cuerda floja, con un pedazo de fotografía de tus vidas futuras. Pendiendo de un clavo clavado duramente en tu espalda, un cartel enorme que dice :
- No tocarás -,
y derrepentinamente, detrás del quiasma óptico, un señor en el mesón ofreciéndome una cañita, pa la sed y la calol, oiga, una cañita que no querrá quitarme la sed, de todas maneras, pues es tu saliva inembriagable dentro de mi boca, tu saliva de la lengua retrocediendo dentro de mi boca de mentira; tu saliva de la lengua de mentira, retrocediendo en la boca con un reflejo refulgente; un vitraux hecho con piel y pelos angélicos y un corazón blandiendo un hacha - la que corta al mundo, como los bordes -.
En detrás llegando; paro aquí y mirando me saca un ojo. Allí y mirando me saca un ojo. Tu cara y tus senos cubiertos de la escarcha rescoldante, dentro del ojo que me has quitado. Mar adentro, la marea se vuelve montaña.
H. se ha quedado dormido en su silla de ruedas, cabeceando porfiadamente sobre su máquina de escribir. La botella de ron se le ha dado vuelta sobre la mesa, y una mosca trata desesperadamente de sobrevivir en el charco debatiendo frenéticamente sus alas. Y un brazo le cuelga muerto, casi tocando el suelo. Los papeles arrugados se desperdigan por toda la habitación, levemente mecidos por una corriente de aire fresco que se cuela por la ventana también levemente abierta. Pobre H. siempre está solo, despotricando sobre todas las cosas. Ni su perro le entiende, mueve la colita y le lengüetea la mano caída para despertarlo, para que le ponga la comida en su plato
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KUYEN -