La tierra de nod
La Tierra de Nod
Metrópolis
Abrazo a mis hijos de la calle.
Bebo de la copa de tu mano y sé que es sangre.
Al final de la esquina está la puerta de entrada,
No se ve la salida por ningún lado.
Pálidos hijos devoradores de hombres.
Con sus únicos colmillos esperan en la penumbra,
Atraviesan el pasaje cándidas putas y travestis
ataviados con collares de navajas.
Sus risas te duelen, Paisano. Trabajaras.
Caes sobre tu víctima.
La deguellas y robas todos sus recuerdos.
Los postes mudos son los mudos testigos.
La sonrisa eléctrica de la luna te ampara.
Luces fuera. Apuras el paso y te limpias la sangre
En la fría pared antes de cruzar la puerta.
Los niñitos se ríen pero tu blindado corazón
Se oxida. Alguien llora sobre ti y es demasiado
Tarde para esconderse.
Ha comenzado a caer la lluvia implacable.
Las sabandijas se retuercen sobre la basura apilada
en los rincones. Las sabandijas, siempre sedientas.
Un angustiado te sale al paso blandiendo una
Iluminada platina la bolsa o la vida y de un
Soplido los apartas de tu camino.
Sus huesos son polvo y la piel de nylon transparente.
Y en sus cuencas dos piedras negras como el carbón.
Hijo de la angustia. Te consumieron.
El cadáver de Fritz Lang
merodea buscando la salvación.
Ha trocado su alma por una caja de vino.
El concho vidrioso le corta el gaznate y mea sangre.
Divisas a tu presa.
Levantas las orejas y erizas el pelo.
En el mercado negro los recuerdos
siempre tienen buen precio.
Muerdes la mano que te dio de beber.
El cáliz amargo de un manotazo lo apartaste.
Era veneno para ratas.
¿Has visto morir una rata envenenada?
Yaveh conduce su taxi por las estrechas callejuelas. Tres veces lo han asaltado esta noche. Lo conduce lentamente. Lo abordan dos hombres y una mujer.
Dentro del local la bulla insomne ensordece a los sonámbulos.
Hablan o gritan mecánicamente sin escucharse.
Es un subterráneo en el cuarto piso. Es un infierno privado con su propio Lucifer. Lo has visto. Inmóvil, colgándole un cigarro por la comisura de los labios. Y su barba es roja. Mira las almas detrás de la barra, sobándose las manos.
Calienta el cuerpo con vaso de vodka. Vodka.
Y se larga. El ruido le enferma y quiere respirar.
El aire es gélido a esta hora. Es gélido.
Yaveh se detiene frente al bulín. 3 denarios marca
El taxímetro. Pero los pasajeros han desaparecido. Pisa el acelerador y maldice su trabajo.
Los niños merodean la fritanga. Chisporrotean sopaipillas amarillas en un aceite hirviendo desde hace siglos. Una vieja desdentada los ahuyenta con un palo y atraviesa las sopaipas con un alambre. Tienen hambre y sus ojos brillan como zafiros. Esperan agazapados el momento del descuido, como pequeños rapaces.
El puente atraviesa un río obscuro de sangre y fecas. Es una vena lóbrega que arrastra las vinosas aguas hacia el mar. Desde el puente brincan los suicidas uno a uno. Saltan a las aguas inquietas, como si la muerte solucionara alguna cosa.
Los brujos cruzan los cielos volando con sus chalecos
de muerto. Se enredan algunos en los cables entretejidos por una gigantesca araña metálica que los devorará irremediablemente.
No llegarán al aquelarre, negrita, y el invunche llorará
Amargamente cuando cierre la puerta de la oficina.
No hay vacantes reza el letrero colgando de la puerta
del hades. El hostal más cercano rebosa de penitentes sordos que se asfixian ahorcados por sus rosarios mugrientos.
Cruzas la avenida y los ojos de los vigilantes te apuntan con sus pistolas semi automáticas. Quieren la parte. La coima brillante para apagar la sed antes de que los diablillos le claven sus tridentes en sus cabezas huecas.
Siempre es de noche. El sol ha renunciado y una luna cesante se colgó al tendido eléctrico para seguir brillando escuálidamente por algunas monedas.
Los ángeles se apean en las cuatro esquinas, enfundados en transparentes trajes de látex. 5 denarios por una Andrógina francesa. Pero no toquéis ni el pan ni el aceite.
Se enredan en sangrientas batallas con los travestis locales. La avenida del diablo destella con el resplandor asesino de las chavetas y mariposas de afiladas alas. Buscan la carne.
Los vencedores recogen Sus trapos y se enjuagan las heridas en las pozas de las cunetas.
No lloren, hijos suyos. Aguarden el pezón obscuro que tendrá que amamantarlos. Aguarden el abrazo húmedo que tendrá que cobijarlos cuando todo desaparezca.
De la clínica abortiva corren las embarazadas arrepentidas a inflarse los sanguinolentos úteros inservibles en el Servicentro de la esquina. El bombero las mira bobinamente, desesperadas, reventándose como burbujitas hechas con jabón.
¡Plaf! Revientan, una y otra vez.
La metrópolis no es sino un gigantesca esquina interminable. Filas de desempleados juegan a la pelota con la cabeza del capataz de la obra, la inconclusa torre de babel que puntea el negro telón del cielo con sus vigas corroyéndose con la lluvia radioactiva.
La lista es larga y el salario exiguo. ¿Qué comeremos?
Se afilan en el torno los sables del saqueo.
El mercado es rodeado por los lanceros y la caballería. La turba se enfurece y destroza al enemigo. Los que no alcanzaron a huir fueron destasados como a cerdos. Pero los caballos no se tocan, porque la carne escasea.
Pan para tres idas.
Vuelve Yaveh de la fuente de soda y mira su taxi
Envuelto en flamas. Sonríe. Volverá a su antiguo
Trabajo. Se pierde canturreando entre los peatones.
Se pierde.
Ves a Enst envuelto en sus andrajos pintando el retrato de un puto blandiendo el pincel con sus arrugadas manos llenas de ojos. Esta sentado sobre una pila de colillas de cigarrillos. Intentas saludarlo, pero te arrepientes y sigues de largo.
Juan, el carpintero; el paciente Job, manito viajero, Eli y Roberto Canoa tiran los dados contra el pavimento. Siete es suerte a la primera. 5 y 3, búscalos. 2 y 1. El paciente Job pierde. Pierde sus ultimas gambas y no le queda aceite de Ballena para vender. Los dados se ríen. pero jugaran eternamente-
12:28 AM grita el sereno. La noche es joven. La noche es tu negro corazón, ombligo de hormigón armado, pústula fétida sobre la costra del esclavizado planeta a su órbita. En dos minutos se acabará todo.
El sicario aborda el ascensor hasta la más alta cumbre que Divida aguas. Alea Jacta Est, murmura, y tira la baraja.
La tierra se abre y glotonamente se traga a si misma.
- Y en el cielo cantan las bestias-
Metrópolis
Abrazo a mis hijos de la calle.
Bebo de la copa de tu mano y sé que es sangre.
Al final de la esquina está la puerta de entrada,
No se ve la salida por ningún lado.
Pálidos hijos devoradores de hombres.
Con sus únicos colmillos esperan en la penumbra,
Atraviesan el pasaje cándidas putas y travestis
ataviados con collares de navajas.
Sus risas te duelen, Paisano. Trabajaras.
Caes sobre tu víctima.
La deguellas y robas todos sus recuerdos.
Los postes mudos son los mudos testigos.
La sonrisa eléctrica de la luna te ampara.
Luces fuera. Apuras el paso y te limpias la sangre
En la fría pared antes de cruzar la puerta.
Los niñitos se ríen pero tu blindado corazón
Se oxida. Alguien llora sobre ti y es demasiado
Tarde para esconderse.
Ha comenzado a caer la lluvia implacable.
Las sabandijas se retuercen sobre la basura apilada
en los rincones. Las sabandijas, siempre sedientas.
Un angustiado te sale al paso blandiendo una
Iluminada platina la bolsa o la vida y de un
Soplido los apartas de tu camino.
Sus huesos son polvo y la piel de nylon transparente.
Y en sus cuencas dos piedras negras como el carbón.
Hijo de la angustia. Te consumieron.
El cadáver de Fritz Lang
merodea buscando la salvación.
Ha trocado su alma por una caja de vino.
El concho vidrioso le corta el gaznate y mea sangre.
Divisas a tu presa.
Levantas las orejas y erizas el pelo.
En el mercado negro los recuerdos
siempre tienen buen precio.
Muerdes la mano que te dio de beber.
El cáliz amargo de un manotazo lo apartaste.
Era veneno para ratas.
¿Has visto morir una rata envenenada?
Yaveh conduce su taxi por las estrechas callejuelas. Tres veces lo han asaltado esta noche. Lo conduce lentamente. Lo abordan dos hombres y una mujer.
Dentro del local la bulla insomne ensordece a los sonámbulos.
Hablan o gritan mecánicamente sin escucharse.
Es un subterráneo en el cuarto piso. Es un infierno privado con su propio Lucifer. Lo has visto. Inmóvil, colgándole un cigarro por la comisura de los labios. Y su barba es roja. Mira las almas detrás de la barra, sobándose las manos.
Calienta el cuerpo con vaso de vodka. Vodka.
Y se larga. El ruido le enferma y quiere respirar.
El aire es gélido a esta hora. Es gélido.
Yaveh se detiene frente al bulín. 3 denarios marca
El taxímetro. Pero los pasajeros han desaparecido. Pisa el acelerador y maldice su trabajo.
Los niños merodean la fritanga. Chisporrotean sopaipillas amarillas en un aceite hirviendo desde hace siglos. Una vieja desdentada los ahuyenta con un palo y atraviesa las sopaipas con un alambre. Tienen hambre y sus ojos brillan como zafiros. Esperan agazapados el momento del descuido, como pequeños rapaces.
El puente atraviesa un río obscuro de sangre y fecas. Es una vena lóbrega que arrastra las vinosas aguas hacia el mar. Desde el puente brincan los suicidas uno a uno. Saltan a las aguas inquietas, como si la muerte solucionara alguna cosa.
Los brujos cruzan los cielos volando con sus chalecos
de muerto. Se enredan algunos en los cables entretejidos por una gigantesca araña metálica que los devorará irremediablemente.
No llegarán al aquelarre, negrita, y el invunche llorará
Amargamente cuando cierre la puerta de la oficina.
No hay vacantes reza el letrero colgando de la puerta
del hades. El hostal más cercano rebosa de penitentes sordos que se asfixian ahorcados por sus rosarios mugrientos.
Cruzas la avenida y los ojos de los vigilantes te apuntan con sus pistolas semi automáticas. Quieren la parte. La coima brillante para apagar la sed antes de que los diablillos le claven sus tridentes en sus cabezas huecas.
Siempre es de noche. El sol ha renunciado y una luna cesante se colgó al tendido eléctrico para seguir brillando escuálidamente por algunas monedas.
Los ángeles se apean en las cuatro esquinas, enfundados en transparentes trajes de látex. 5 denarios por una Andrógina francesa. Pero no toquéis ni el pan ni el aceite.
Se enredan en sangrientas batallas con los travestis locales. La avenida del diablo destella con el resplandor asesino de las chavetas y mariposas de afiladas alas. Buscan la carne.
Los vencedores recogen Sus trapos y se enjuagan las heridas en las pozas de las cunetas.
No lloren, hijos suyos. Aguarden el pezón obscuro que tendrá que amamantarlos. Aguarden el abrazo húmedo que tendrá que cobijarlos cuando todo desaparezca.
De la clínica abortiva corren las embarazadas arrepentidas a inflarse los sanguinolentos úteros inservibles en el Servicentro de la esquina. El bombero las mira bobinamente, desesperadas, reventándose como burbujitas hechas con jabón.
¡Plaf! Revientan, una y otra vez.
La metrópolis no es sino un gigantesca esquina interminable. Filas de desempleados juegan a la pelota con la cabeza del capataz de la obra, la inconclusa torre de babel que puntea el negro telón del cielo con sus vigas corroyéndose con la lluvia radioactiva.
La lista es larga y el salario exiguo. ¿Qué comeremos?
Se afilan en el torno los sables del saqueo.
El mercado es rodeado por los lanceros y la caballería. La turba se enfurece y destroza al enemigo. Los que no alcanzaron a huir fueron destasados como a cerdos. Pero los caballos no se tocan, porque la carne escasea.
Pan para tres idas.
Vuelve Yaveh de la fuente de soda y mira su taxi
Envuelto en flamas. Sonríe. Volverá a su antiguo
Trabajo. Se pierde canturreando entre los peatones.
Se pierde.
Ves a Enst envuelto en sus andrajos pintando el retrato de un puto blandiendo el pincel con sus arrugadas manos llenas de ojos. Esta sentado sobre una pila de colillas de cigarrillos. Intentas saludarlo, pero te arrepientes y sigues de largo.
Juan, el carpintero; el paciente Job, manito viajero, Eli y Roberto Canoa tiran los dados contra el pavimento. Siete es suerte a la primera. 5 y 3, búscalos. 2 y 1. El paciente Job pierde. Pierde sus ultimas gambas y no le queda aceite de Ballena para vender. Los dados se ríen. pero jugaran eternamente-
12:28 AM grita el sereno. La noche es joven. La noche es tu negro corazón, ombligo de hormigón armado, pústula fétida sobre la costra del esclavizado planeta a su órbita. En dos minutos se acabará todo.
El sicario aborda el ascensor hasta la más alta cumbre que Divida aguas. Alea Jacta Est, murmura, y tira la baraja.
La tierra se abre y glotonamente se traga a si misma.
- Y en el cielo cantan las bestias-
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