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El desalmado

El desalmado Y conforme a lo dicho, profesor, aquel pactado encuentro de esos dos inmensos soles casi extintos, gigantes rojos que se transformarán finalmente en dos cuencas muertas en la espesura del espacio, profesor, que tragarán la luz, dos pozos ciegos, profesor, tal como los ojos de quien le hablara, de aquella fauce tibia que me mordió en la entrepierna y que me haya dejado con el leve sobresalto de los alucinados, sobre todo en las mañanas tan frías de estos días, profesor. El rumbo de la historia ha tomado un cariz sombrío, como si el invierno no se hubiera retirado, y la oscuridad se cuela por las rendijas de las casuchas, por las rendijas que deja la piel muerta y seca, el cansancio del traqueteo, profesor, las almas deambulando arrastrando la bolsa del pan rancio, las migajas de la mesa de tío caifás, como usted sabe profesor. Tintas de mi sangre, resquemores y temblores ansiosos por verla cruzando la esquina, parada en la ramita de un arbolito, toda cubierta por las perlas que dejó la lluvia de la madrugada, haciéndole el quite la las garras siniestras a lo perdigones de hielo que tratan de asaltarla, profesor. Yo me inquieto, es lo mínimo. Y en este largo pasaje a la extinción, el feriado eterno, el peregrinaje de los descalzos, las dudas y las oraciones abiertas como puertas al cadalso adquieren la monotonía de lo indecible, la rutinaria maquinaria de la burocracia, todo se hace un trámite en las oficinas del sanedrín, profesor. Y entonces me acurruco en el último cajón de la cómoda, como queriendo decir que cuando ese sol cansado de brillar se vuelva un gigante iracundo y rojo y todo lo incendie, yo, asido a una fotografía de mis vidas pasadas, la de terno y corbata en mi funeral, estar´temblando de alegría por que todo por fin habrá terminado, y el peregrinaje adquirirá otro cariz supongo profesor. Ahora intento quitarme este olor de llaga supurante, saciar el hambre de hiena, huir por algún punto no congestionado de esta urbe que es un montón de escombros, profesor. Y el papel, profesor, no resulta suficiente, y lo que he registrado puerilmente con mi maquinita de registrar, las imágenes que cargo en la mochila sin fondo, en el saco roto, se desahacen, se destruyen en las retinas de los ciegos, profesor, y entonces me desespero y en un grito ahogado de la existinieblas me duermo extenuado lleno de preguntas y respuestas, hasta que nuevamente todo comienza desde cero.

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