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Recapitulación.

Recapitulación. (1.1)

1

No juguemos a simular actos sexuales que son en realidad vértigos juguetones desde el abismo hasta los intercambios cíclicos de un lado a otro. No juguemos a interpelar las manos de innumerables dedos que se entretienen paseando como ciempiés cegatones sobre el senito, sobre la nalga marina. Roza el labio superior una lengua de fuego de horno de panadero, y bajo la sombra inquieta que nos brinda la ampolleta azul, fingiendo sonrojarnos con ironía de niños viejos por los avatares, y quién sabe, después ya no nos calentemos como antes.

2
Gemelos mirones e incestuosos; larvas artificiales dueñas de las sábanas que no son inmunes ahora a nuestros ejercicios orgásmicos del desvestir, una y mil cuatrocientas veces, y de amamantar a una luna ávida de semen que luego querrás tener solo para ti, egoístamente dentro de tu concha. Un sueño lánguido de torpeza nos reúne a los dos, siempre deshidratados, siempre limpios en ese romanticismo de fábula hedionda que nos protege de las aberraciones.

3

Nos masturbábamos ciertas veces mutuamente, dos inquietos ofidios que nos escocían la entrepierna y que luego, independientemente, huían el uno con el otro, abandonándonos en el paroxismo para dejarnos abrazados y mojados y mirándonos como cíclopes.

4

Suenan los resortes como la trompeta para la retreta, el catre golpea la muralla del lado, el centinela sube el volumen y todo el mundo alega por la bulla, de nuevo el resuello, el intervalo del jadeo, el contrapunto de los pubis y las plantas de los pies acurrucadas y apopléjicas.

5

Esta es la batalla unilateral, la guerra de guerrillas escabulléndose en los montes y quebradas que dejan las sábanas deshechas, una proyección imperfecta o astuta o germinal, apuesta al pingo que no gana pero llega, o al ganador, asalto al cuartel, zafarrancho y disparadera solemne de toda la munición, punticodos hasta la caverna profunda, parapetarse tras un pezón, apreciar y medir la distancia entre el ombligo y la vulva con la lengua incandescente, huir de la bengala de tus ojos, apuntar sin cerrar los párpados.

6

Un acto satírico de esa humanidad tan peluda e insosegante, ciega y hambrienta de todas las hambres. Ahorita, quién queda más vacío, ahora que no caemos de improviso, ahora que tu cama está cercada de alambres de púa, minas antipersonal y la guardia pretoriana, es el cuento, quién queda más huérfano, es la historia, a quién se le apagaron los ojos, es el resultado.

7

Cuando busco mi calcetín mientras naufragas tu lengua humedecida maliciosamente por la playa interoceánica que es mi espalda, me despierto, me vuelvo a mi rincón de preso perpetuo y busco mi otro calcetín guacho el pobre, y me lo calzo, rebeldemente. Luego el zapato y el otro. Pero nunca los pantalones, ya que se inicia la zozobra corcoveante, el vaivén ingenuo, donde otra vez, marcamos los naipes y jugamos el juego de siempre.

8

No zapato, pa’ onde va, pa’ ya caballero, un nudo desatándose, oprime botón del pecho blando y mullido, tengo sed y tú tienes sed, no tenemos saliva, sólo nuestros pellejos astutamente bordados por un hambre sempiterna, por el insomnio, por la avidez.

9

Ya no se puede inflamar la llama, ya no se pasa la bala ni se tranca la puerta, ya no crujen los dientes con el desvarío, por que somos dos extraños, inmunes e inconscientes, sentados en micros que viajan en direcciones absolutamente opuestas. Yo me bajo. No quiero este viaje.

10

Por la puerta que me atraviesa en la mañana o en la tarde, si se da el caso, me asalta una pregunta, así con toda su rudeza y salvajismo, la pregunta inclaudicable ¿AH?, continuando la vuelta hasta los colectivos que se llueven por dentro y por fuera. No hay nada.

11

Entonces, ya entonces, un alto imaginario en el camino, una avecita se posa en la linde, entre el sueño despierto y el sueño desnudo; el azul intenso que tenías cuando era ayer y el ahora ni siquiera se apreciaba, por muy buena vista que uno tuviera, cuando en la noche lluviosa de mierda jugábamos a desentrañar ese porfiado futuro que nos hizo el quite, la finta, en la cancha mojada, y terminamos hilando la baba de la mentira, de la necedad tan de moda, viento fuerte levantando los tejados y qué salado fue el tenernos, sin sed, sin hambre, sin silencios de corchea en lo absoluto.

hh
12

Se lava los dientes y se los enjuaga con Vodka,
se los lava y se los enjuaga – con vodka -,
una y otra vez, hasta que satisfecho del resultado
se mira en el espejo y se peina un par de mechas
heredadas de un abuelo que ya olvidó su nombre.

13

Ya estaba ebrio. Salió entonces a enfrentar la
calle. (Ni está tan mal como para que le pregunten,
pero, aunque uno quiera, siempre están esas viejas
mirándote por la ventana, sapeando, sin el valor de
encararte con una mísera pregunta, las copuchentas.)

14

Yo –él- no tenía ninguna intención de verte, pero
(otra vez), algunas veces es difícil evitarlo.
Punto medio, telefonazo y tut tut tut, ocupado, gracias.
Media vuelta mar, tintineando las escasas monedas,
guita, pasta, billete, lana,
en el bolsillo, mal dormido, debido a la infame
performance del gueón de siempre, dale que dale con
las jaranas –no está mal- pero el muy hijo de puta
no invita re nunca.


15

Y ya sabe que vivo aquí, al lado, que él –yo- es el gueón al que no deja pegar pestaña. Cuántas veces me lo he topado en la entrada con ese par de minas con que vive, unas hidras parafernálicas que te vaporizan con una pura mirada.

16

(Me imagino que debe ser maricón, o con un atajo a la
mariconería, al muy de moda bisexualismo –bah- y ahí ya se me acabó el enjuague bucal.)

17

Así que ahí se encontró de frente, en medio de la cavilación,
con la sed demoledora de gargantas, que invita e invita y no
paga re nunca.

18

Así que yo –él- entró a la penumbra matutina de un tugurio y se sentó a la orilla, mirando detrás de la famosa y bien ponderada jarrita de la casa, mirando la mosquita como da vueltas, adivinando los giros en el vuelo, por acá, a la izquierda automática, un sorbo a la derecha, otro sorbito, a la izquierda arriba, uno más larguito, pa’ bajo la mosca, se me –le- calentó el soplete, pa’l lao de allá y se paró en la espalda del viejo ese.

19

La inevitable estridente ceremonia con que los viejos se amamantan de la teta de vidrio, la caña gloriosa de la mañana.

20

Así, sedientos de las profundidades de la tierra, sobrevivientes del frío de la solera, un poquito de vida les empuja a traquetear por los callejones de la miseria, y no se me arranca detalle con mi teleobjetivo, detrás del vidrio de mi propia caña, convencido que ese día, no te vi, no te llamé, y que me deslicé como culebra por las cantinas hasta que finalizaron transmisiones.

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