El terrible ovario
Huelo las feromonas en el aire y preparo mi danza del cortejo. Acomodo las plumas, el espolón afilado. Clavo el ojo. También huele la sangre. Suda. Se ahoga en una espera sin sentido cuadrados los párpados, macilentos, terribles. Entonces duda. Un ovario, un ojo, una deuda sin saldar. Imperios caídos en el mantel raído de la historia. Tetas montañas, culos claustros en donde se encierran la ánimas en pena. Ovario-ojo, paridor de la muerte, muerte paridora, boca ahogada en la condena de un beso descarnado que termina por devorarte. VAgina dentada, trampa de los incautos. Colmillos granate, te clavan la cadera, la sinuosidad del muslo turgente, la mirada lasciva corriendo por la vereda un río de esperma que tragas golosamente. Hijos sin ojos, muertos descalzos esperando en la avenida del mal el tranvía a los infiernos. La sábana inquieta, la menstruación de petróleo, tu pose erecta afirmada en el lavadero del baño. Un jungla llena de monstruos allí abajo, ladillas hambrientas que devoran hombres, devastan civilizaciones, un agujero que traga la luz, un ovario de luz negra, un ovario agujero rabioso, un ovario calvario crucificado en el gólgota. Y en la cartografía de tu vulva acuosa, determino los límites y esquivo los monstruos marinos intentando desesperadamente llegar a la otra orilla. Clavo el ojo, afilo el espolón en la rueda de piedra. Salto a la cancha con las plumas encrispadas, lanzando rayos por los ojos y fuego por la fauce iracunda de bacilisco herido.
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