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vamoscayendo

Sicario LTDA.

Sicario LTDA. Sicario LTDA.

Lo dejas morirse de la resaca, cagado hasta la náusea y como metido a presión dentro de una jeringa. Si es que hago el esfuerzo de rodearte con los labios, vienes, sacas tu espada y le cortas la espalda.

En mi boca hay pajaritos, que cuando estornudo, salen volando de cabeza. Algo me olvido de decirles, caen al suelo como plomos, y quedan ahí, como felpa vieja. Eso tu no lo entiendes en lo absoluto.

Giras la cabeza, y sigues bailando con el espejo. Tanto bailas, que todo parece acabarse. Quedan tus piernas, cansadas de voltear, a uno y otro lado, olvidadas en el suelo. El asco repetitivo, nuevamente.

Algo te conmueve; ciertamente no eres una vela encendida en medio de la oscuridad, como alguien te lo dijera, sino una muñequita de cartón con el labio torcido de buscar más besos y picos náufragos.

No te los busco, te los vendo por más vino, te los cambio por una canción vieja de la cajita musical que mi papá les trajo a mis hermanas de muy lejos. Todo está por todos lados, desperdigado como tu vida.

Las llaves, las tiras de pastillas para el fin de siglo, el enfermo terminal que camina a la salida de la “aurora”. Qué cliché.

Aquí está mi rincón tibio y nauseabundamente placentero; hinchado de murmullos vocingleros. Nada ni nadie me toca, salvo los que se me acercan a alargar una lisonja estúpida, o a desgarrar un golpe policíaco.

Pero nada ya tiene que cambiar, con las manos entumecidas y decadentes para tu cielo, tu mar de pececitos, botes y esas cosas. Tu quiosco de la esquina lleno de minas empelotas, las ecuaciones de tu ombligo.

Por algún rincón de tu memoria quedó también lázaro – muerto -, colgado de una soga, convencido de que te amaba, cuando en realidad no podía amar a nadie. Todo te da vueltas ahora.

Eso lo puedo ver, por que tus ojos apenas pueden enfocar, y tus pupilas se dilatan tragándose toda la luz de la pieza. Son dos agujeros hambrientos, oscuros como tu alma; si es que se tiene. Yo huelo a aguardiente de a luca, a pies descalzos, tropiezo con mis zapatos y me enojo con los muebles.

Camino a trastabillones, riéndome entre dientes, agitando las manos, los intestinos, agitando el ovario que te queda, y si es que no lo escondes de mi paso descalabrado.

Ya por la mañana, después del desayuno apretado - hay que comer después de todo- , te miro la cara en la ventana, y la ventana me la devuelve pálida y envuelta en papeles con sangre.

Son tus dominios, tu reino. Una botella de agua oxigenada, un membrillo medio oxidado, dos cáscaras de papas y un cenicero embarazado de todas las colillas de los fumadores del mundo.

1 comentario

Raquel -

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